Bernardo Tobar: Oscuridad del estatismo
Malgastar es un pésimo negocio en el mundo empresarial, una viveza de conejo con duración efímera
La reserva al Estado de la explotación de recursos naturales, energía, telecomunicaciones y otros sectores llamados estratégicos, indelegables salvo excepción a la iniciativa privada, fue un legado de la dictadura petrolera de los 70, bajo cuya sombra se aprobó la Constitución de 1978. Con tal esquema pasó lo que tenía que pasar: estancamiento de la producción petrolera, cronicidad de los apagones, déficit de telefonía fija, pésimos servicios públicos.
Hicieron falta dos décadas para que el país adoptara, en 1998, una constitución sin complejos ni sectores estratégicos estatizados. Más que inspiración ideológica, la del 98 se basó en los efectos positivos que arrojó la inversión privada promovida por Durán Ballén, como la oferta de telefonía celular, el aumento de reservas y producción petrolera bajo los contratos de participación, la mejora de infraestructura vial y de generación térmica. El despegue iniciado por la derecha y refrendado normativamente por la Constitución de 1998, dejó al Ecuador en 2006 exportando 530 mil bpd. Y entonces se le encajó al país el bodrio de Montecristi, que copió el fallido esquema de sectores estratégicos de los 70 y replicó sus consecuencias: menos producción petrolera, más apagones, menos infraestructura relativa y más del doble de deuda pública en relación con el PIB que antes de la larga pesadilla socialista. Se paralizó la inversión petrolera, se vaciaron las arcas públicas en refinerías que no existen e hidroeléctricas que no funcionan, todo con la pompa de hasta la victoria siempre, compañero. Contralor de lujo. La patria ya es de todos; los sobornos, de los camaradas.
Estos resultados, inevitables cuando el Estado juega a empresario -una afrenta a la ética pública por donde se mire, en su triple papel de regulador, controlador y agente económico- son una anomalía en el sector privado, cuyos accionistas piden cuentas y cuyos usuarios tienen opciones en la competencia. Malgastar es un pésimo negocio en el mundo empresarial, una viveza de conejo con duración efímera, pero es el ‘modus operandi’ en el sector público, un vicio estructural. Por eso los parásitos lucran del estatismo y lo defienden, incluidos partidos de izquierda, sindicatos de las empresas públicas, castas subsidiadas con dinero de los contribuyentes y todos sus títeres parlantes. Hay que devolverle a la iniciativa privada lo que jamás le debió ser usurpado.