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Bernardo Tobar: ‘Pro-animalium’

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Adiós a la estampa apetitosa de pollos desplumados dorándose a fuego lento, de cochinillos crujientes, de suculentos cuyes

Desde Montecristi se bautizan las leyes con nombres largos e indigestos. Se debe a que sus autores no sospechan de técnica legislativa y a la promiscuidad normativa que inmiscuye las narices de la autoridad en todo. No es la excepción un proyecto que saltó a la luz pública la semana pasada, como liebre del agujero, portando el ampuloso título de Ley Orgánica para la Promoción, Protección y Defensa de los Animales No Humanos, por iniciativa, nada menos, que del defensor del Pueblo, extralimitando una sentencia de la Corte Constitucional. Sí, con el dinero de los contribuyentes se paga a funcionarios que poco o nada hacen por defender a las personas de los abusos del Estado, pero protegen tanto a los animales bien animales que incluso muertos no pueden ser exhibidos, colgados o cocinados enteros en el espacio público.

Adiós a la estampa apetitosa de pollos desplumados dorándose a fuego lento, de cochinillos crujientes, de suculentos cuyes con su cocorota intacta aun después de asados. Será cosa del pasado bárbaro la exhibición de pescados en vitrinas, para apreciar su frescura antes de prepararlos enteros y a la sal, y escándalo épico poner langostas vivas en agua hirviendo, como se hace en cualquier merendero decente. La parroquia tendrá que rendir culto a la buena mesa clandestinamente, como en la prohibición de hace un siglo, porque a este ritmo regresivo no queda lejos el día en que comer en público un rabo de toro sea tan peligroso como lo fue cuestionar un dogma en la época de la Inquisición, con los animalistas y meapilas delatando a los neoherejes.

Las lindezas del proyecto fáunico no se agotan en sus implicaciones culinarias, pues los animales pasan a ser sujetos de derechos, ridiculez sin originalidad que tiene a Cicerón, Jellinek y Kelsen removiéndose en sus tumbas desde que en Montecristi se inventó la cuadratura del círculo con los derechos de la naturaleza. Derechos con rango ‘pro-animalium’: si ataca un perro a un caminante, la culpa será del bípedo. Lo mismo una rata transmisora de la peste que una víbora venenosa o el inofensivo canario de la abuelita, gozarán de igualdad ante la ley, libertad de movimiento y expresión, inclusión, no discriminación, no violencia, y hasta de “la capacidad de elegir de manera individual y/o colectiva” para coexistir y relacionarse. Ya solo falta que los empadronen, pues cargos públicos se diría que ya ocupan.