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Bernardo Tobar: Raíces y vanguardias

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Quito fue siempre diverso y amalgamado a un tiempo, hasta que le obligaron a ser diverso y amalgamarse

Cada año, por estas fechas, evoco las visitas a la calle Cotopaxi de los años 70, donde acudíamos a rendir tributo navideño a mis abuelos paternos, que confío estarán en la paz de Dios. La casa era fiel a las esencias del Centro Histórico, desde su arquitectura de patios interiores, galerías porticadas, como los conventos, hasta balcones en cuyos bajos se daban cita los serenos en los buenos tiempos, y en los malos, las turbas incitadas por Velasco Ibarra cada 29 de enero, aniversario del Protocolo de Río. Así que también emanaba mucha historia de sus piedras, tanto las del patio y el zaguán intemporales como las que a través de los ventanales prodigaban los manifestantes con destreza salvaje.

A pesar de esa atmósfera cargada con el peso del pasado, o quizás por eso mismo, el nudo de la expectación se formaba entre pecho y espalda ante el solo anuncio de la próxima visita, que resultaba siempre memorable. Lo era por el destino que nos esperaba en la Cotopaxi y lo era por todo el viaje. Ya desde la plaza San Blas continuar hacia el sur era internarse en un mundo de mitos, leyendas, belleza estética y abundancia cultural. No recuerdo si había un árbol con bombillos en la Plaza Grande, ni falta hacía; parecía todo un pesebre puesto en escena con genio providencial, con viandantes de toda pluma -Quito fue siempre diverso y amalgamado a un tiempo, hasta que le obligaron a ser diverso y amalgamarse-, chullas en sus mejores galas sazonándolo todo con sal quiteña, chascarrillos improvisados en cada banca y las beatas escapando presurosas del alcance del piropo, salvando entre rosarios la distancia eterna entre sus casas y la iglesia más cercana, que nunca quedaba a más de dos cuadras. Cada manzana tenía su iglesia o más de una y sus campanarios hacían de custodios mágicos, monumentales guardianes de la identidad capitalina.

En esta ciudad, hoy desprovista de élites, diarios e identidad, surgió a iniciativa de Espejo uno de los primeros rotativos de Hispanoamérica y se publicó luego el Quiteño Libre, confirmándola como la meca de la prensa independiente. Fue cuna de las élites que marcaron con su sangre el camino de la independencia y escenario en el que se gestó la nacionalidad quitense, como la llamó el historiador Jorge Salvador Lara, expresada en la Constitución del Estado de Quito de 1812. Fue una ciudad de raíces y vanguardias. ¿Qué es hoy? ¿Qué somos hoy?