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Bernardo Tobar | Ratio essendi

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La izquierda dejó hace tiempo de ser una opción democrática

Petro, que una cosa o dos sabe de andanzas guerrilleras, afirmó que Claudia Sheinbaum, sucesora ungida del gobierno mexicano, fue miembro del M-19, grupo guerrillero conocido por el asalto al Palacio de Justicia de Colombia en 1985, entre otros sucesos salvajes. Militancia o apoyo atribuible a juvenil simpleza, la aludida no ha desmentido sus simpatías por aquellos insurgentes devenidos en agentes del terror. Coincidencias simbólicas, la juramentación presidencial tuvo como telón escénico el asalto a la función judicial de México promovido por el oficialismo con entusiasmo revolucionario, aunque sin metralletas ni explosivos. En la actualidad basta con adueñarse de la narrativa y controlar el sistema para pasar una reforma constitucional. En esto no hay quien supere a los del Grupo de Puebla.

Al otro lado del Atlántico, en la España socialista, de pactos separatistas y amnistías inconstitucionales a cambio de apoyos, también se urdía una entente entre la Moncloa, para apuntalarla, y los partidos afines a ETA, decenas de cuyos miembros verán conmutadas sus condenas, a pesar del clamor de las víctimas del terrorismo y del estupor de la oposición, que al votar no distinguió al elefante disfrazado de conejo que se paseó en sus narices.

Volvamos con Petro, quien también se empeña desde que llegó al poder, al igual que Lula en Brasil, en reformas constitucionales que alteren la estructura del poder judicial y el sistema electoral, las herramientas favoritas de los totalitarios junto con la censura de la expresión libre y de las fuentes de información. Este guion poblano del estatismo y la concentración se intentó sin éxito en Chile, no hizo falta en la Argentina peronista, y se materializó con asesoría cubana, pluma del marxismo español, etiqueta de reivindicación igualitaria y alteración de textos -o votos- entre gallos y media noche, si falta hacía, en la Venezuela de Chávez, la Nicaragua de Ortega, la Bolivia de Evo o el Ecuador de la revolución ciudadana, países donde también son innegables los vínculos políticos del crimen organizado.

La izquierda dejó hace tiempo de ser una opción democrática. Hoy no es otra cosa que un movimiento transcontinental cuya ‘ratio essendi’ se reduce a tomarse el poder, concentrarlo, detentarlo indefinidamente, erosionar el Estado de derecho y parasitar de la cosa pública. A cualquier precio, especialmente el de la libertad.