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Bernardo Tobar: El fin de la república

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La sociedad occidental se jacta de su ruptura con la religión, cuando no ha hecho más que sustituir las tablas de Moisés

Al menos en Occidente, el estado toma forma de república hace dos siglos, décadas más o menos, dando paso a una forma de organización política cimentada sobre la regla de derecho, a la que se someten gobernantes y gobernados por igual, y orientada a garantizar las libertades, para lo cual divide y limita al poder. Así respondió la historia al autoritarismo monárquico, con una democracia liberal que en buena parte de Europa no logró cuajar sino hasta fines del siglo XX, tras la caída del Muro de Berlín. 

Esta república ya no existe más; aunque continúa apareciendo en los discursos y papeles -como el caso de los Estados Unidos de Norteamérica-, que en lo esencial mantiene su constitución fundacional, en la política real ha sido sustituida por versiones Orwellianas, ocultas en el caballo de Troya del bienestar, la olla en la que muere gradualmente el sapo y se evapora la libertad.

Y como el sapo, las mayorías aceptan la agradable temperatura que en su percepción del bienestar provoca el subsidio, la garantía del buen vivir, el servicio gratuito, la justicia social e innumerables invenciones para cuya operación el Leviatán moderno expande sus tentáculos a través del desenfreno regulatorio, la omnipresencia vigilante y el incremento fiscal, lo que resulta en un ciudadano confiscado, sometido a control tutelar, como un menor incapaz cuya libertad está condicionada al buen vivir, a la función social y ambiental, en suma al beneplácito del príncipe. Un siervo.

Detrás de esta maquinaria de control y exacción hay un ejército de funcionarios parásitos que medran del intervencionismo público, son inmunes al recambio democrático y terminan sometiendo a los líderes electos, a buenos y malos por igual. Y se apoyan, como los príncipes en la época de Macquiavelo, en el dogma. La sociedad occidental se jacta de su ruptura con la religión, cuando no ha hecho más que sustituir las tablas de Moises por la Agenda 2030, abrazar la naturaleza como deidad y el cambio climático, como verdad revelada. Con la familia en retirada, mascotas reemplazando a hijos y un relativismo gelatinoso, en sintonía con la hipersensibilidad Woke, la sociedad está perdiendo los hombres del futuro y los valores del pasado, sobre los cuales Occidente se convirtió en su día, a pesar de excesos y defectos, en la región más libre y democrática del planeta. Hoy camina hacia la servidumbre.