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Bernardo Tobar: Responsabilidad ineludible

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La nube tormentosa, cargada de presagios persecutorios, autoritarismo y corrupción volverá sobre la próxima elección

Por tercera vez consecutiva suman más votos quienes rechazan a Correa y sus delfines que sus seguidores. Y desde el 2006 no se registraba un balotaje con tanta ventaja para el ganador. Dicho esto, 44 % de votos para la revolución ciudadana es una proporción alarmante e inverosímil dado su plan totalitario, sus vínculos siniestros, su afán por acabar la dolarización, sus trapacerías clandestinas para tomarse instituciones, la probada corrupción de sus líderes o la obsecuencia al caudillo, cuya sola placa de la infamia en la Plaza Grande hubiera bastado en tiempos menos vulgares para sepultarlo políticamente. Pero sigue activo y, aunque golpeado y prófugo, rige despóticamente sobre sus correligionarios como si fueran siervos de la gleba.

La nube tormentosa, cargada de presagios persecutorios, autoritarismo cerval, corrupción rampante y quiebra fiscal, que ensombrece cada cita electoral desde el 2016, volverá sobre la próxima elección presidencial si no somos capaces de desentrañar el fenómeno que sigue cautivando a cuatro de cada 10 ecuatorianos. No cabe suponer que quienes votan al socialismo chavista tienen la misma condición intelectual o ética que sus candidatos; en su mayor parte esos electores son gente buena con sus razones, que solo el diálogo permitirá procesar para construir una alternativa sólida y estructurada de libertad, inspirada en un horizonte de oportunidades antes que en el temor a perder la democracia o la estabilidad monetaria.

Si bien el presidente tiene una oportunidad histórica, no está en su poder resolverlo todo. Suficiente tendrá con combatir al crimen organizado, dar ejemplo de ética pública, mantener la disciplina fiscal, lograr una constituyente y eliminar el laberinto normativo y burocrático que inhibe la inversión privada, generadora de empleo. Y comunicarlo con sabiduría. La sociedad tiene una responsabilidad ineludible, acuciante, empezando por quienes ejercen más liderazgo e influencia, como los empresarios, la prensa, la academia. Si no somos capaces de organizarnos y trascender la defensa de intereses particulares o corporativos, por legítimos que sean, y convertir cada día y cada acción en una huella en el camino hacia un país con más libertad y menos estatismo, donde impere la ley y las iniciativas prioricen a los más necesitados, florecerá nuevamente la demagogia colectivista en el terreno abonado por nuestras omisiones.