Bernardo Tobar: Mucho ruido, pocas nueces
Ya no es la invasión armada de otro Estado la mayor amenaza a la paz y el orden jurídico continental sino el totalitarismo...
El 16 de agosto pasado la OEA avanzó en lo formal, pero nada en lo material. Su Consejo Permanente fue hasta la constatación, la solidaridad, el llamado. Tanto discurso eufórico, rasgamiento de vestiduras, lecciones de historia y dedos acusadores no cuajaron más que en una resolución que nada resuelve y, despejada la retórica, deja librado al pueblo venezolano al arbitrio de la autoridad electoral que instrumentó el fraude, a la que pide “respete el principio fundamental de la soberanía popular”. Todo esto después de un pronunciamiento de la Corte Interamericana de Derechos Humanos acusando al dictador de varios delitos de lesa humanidad, incluido terrorismo de Estado, que tampoco pasa, en lo resolutivo, de recomendaciones. Maduro se habrá servido de ambos documentos para profilaxis dérmica.
¿Qué espera el sistema interamericano para pasar del verbo a la acción? ¿Cuántos más ciudadanos tienen que ser apresados, torturados, desaparecidos o asesinados para intervenir? ¿Titubean en aplicar el Tratado Internacional de Asistencia Recíproca y actuar con la contundencia que exige una crisis de semejante gravedad y repercusión continental? ¿No ha dado ya suficientes pruebas Maduro de radicalización usurpadora o aguardan que lo confiese ante notario o se rinda ante un ataque súbito de buena consciencia?
El sistema interamericano debería actuar de manera ágil, rotunda y aun preventiva, ante la ruptura de la democracia y el Estado de Derecho. Los instrumentos de la OEA han de modernizarse para enfrentar este nuevo desafío, como primera tarea una vez superada la trágica lección de Venezuela, que no es la primera. Ya no es la invasión armada de otro Estado la mayor amenaza a la paz y el orden jurídico continental sino el totalitarismo, cuyos agentes reptan valiéndose del sistema, ganan elecciones, luego las manipulan, cambian constituciones y en el camino van socavando la independencia de los demás poderes públicos. Son dictaduras en sustancia, pero cuidadosas de guardar la fachada y cierto juego democrático lo mínimo suficiente como para que el mundo mire para otro lado. Los totalitarios, cuyas campañas se nutren con aportes de los carteles, han ganado mucho terreno en su afán de convertir al estado-nación en instrumento de servidumbre colectiva al servicio del crimen organizado. La OEA tiene una oportunidad de revertir esta tendencia. Y la obligación de hacerlo.