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Bernardo Tobar: Valiente la RAE

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lo inadmisible es la pretensión de imponer como estándar la ideología de género, para lo cual han optado por el camino de la colonización del lenguaje

La Real Academia Española (RAE) ha salido unánimemente al paso de un bodrio denominado Recomendaciones para un uso no sexista del lenguaje en la Administración parlamentaria. Sexista, según los promotores de estas modas idiomáticas, es el lenguaje discriminatorio contra el sexo ajeno al género gramatical de la expresión elegida, problema imaginario para el que han recurrido a cacofonías, duplicaciones y contorsiones semánticas tan estéticas como un felino con hocico porcino, moco de pavo e intestinos al aire. Bien las conocemos desde Montecristi.

Y como el género ya no se reduce, para sus activistas, a las dos únicas opciones biológicamente posibles, sino que es un abanico fluido y variopinto, ya no bastará con decir los parlamentarios y las parlamentarias, duplicación forzada y horrible, sino que habría que resbalarse hacia la inclusiva ambigüedad de todes o tod@s. Conforme florezcan nuevas identidades sexuales, seguirá marchitándose la ética y estética del castellano.

Si, como enseña la filosofía del arte, hay una relación indisoluble entre la razón última y su potencial estético, habría alarma suficiente para desconfiar de estos asaltos ideológicos al idioma si tan solo atendiéramos a su efecto musical, que en la entonación de la composición gramatical logran un efecto equivalente al sonido de un piano destemplado y rociado con ácido: conatos vómicos.

No voy a reproducir las razones técnicas y culturales de la RAE, que bien pueden consultarse en su sede digital, excepto para enfatizar su defensa de la elección personal de las fórmulas lingüísticas. Porque cada cual tiene derecho a destrozar el idioma, a ser idiota, a vestirse de amapola o actuar como una, si le place; lo inadmisible es la pretensión de imponer como estándar la ideología de género, para lo cual han optado por el camino de la colonización del lenguaje, bajo una bandera que exhibe una etiqueta de tolerancia, mientras escamotea la tela totalitaria. 

Es que, en el fondo, despejados los debates estéticos y el asedio a la milenaria riqueza del español, lo que está en juego es la normalización de una visión muy particular del individuo, la familia y la sociedad -si dicha visión es respetable o no, es objeto de otra discusión-, a través de formas expresivas. Inocular el idioma es la estrategia más eficaz para modelar la cultura e influenciar cómo pensamos. Valiente la RAE, hasta ahora.