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El activista

Avatar del Bernardo Tobar

El derecho a una vida digna, a la vivienda, en un ambiente saludable, con seguridad y salud, también son responsabilidad de la autoridad política

Muy lindo ser activista. Y popular; ¿a quién podría molestarle que alguien haga ruido por mejorar derechos? Es una suerte de Robin Hood legal, alguien que aboga por cargar sobre los hombros de unos el peso de sostener los derechos de otros. Porque alguien, siempre, termina pagando la cuenta; no hay derechos gratuitos. Y cada vez que se añade algún atributo especial al derecho, como inalienable, irrenunciable o imprescriptible, la factura sube. Y qué decir cuando el derecho lleva el calificativo de sagrado, algo que se supondría reservado a la divinidad y ha devenido en lugar común de sindicatos, movimientos indígenas y cultos patrioteros de toda laya. Así se garantiza el statu quo: lo sagrado es intocable.

El activista es pieza clave, una suerte de evangelizador del credo de los derechos, que nada tiene que ver con la libertad individual, antípoda del poder político, de la tutoría estatal, de la regulación y la política pública, los instrumentos con que sueña el activista. Los derechos que son objeto de activismo casi siempre terminan restringiendo la libertad de los que pagan la factura y aumentando el poder del Estado para cobrarla. En último análisis, los activistas alimentan el intervencionismo estatal que luego combaten, cuando troca en autoritarismo -el intervencionismo, enseña la historia, siempre acaba en autoritarismo y tiranía-. Las mayorías poco reflexivas han llegado a convencerse, gracias al activismo y a sus proclamas convertidas en ley, que tienen derecho a casi todo. Gratis. El trabajo y el sustento ya no hay que ganárselo con el sudor de la frente, pues está garantizado por el Estado, al igual que la educación, por lo cual muchos se dan el lujo de estudiar materias inútiles, en cursos subsidiados.

El derecho a una vida digna, a la vivienda, en un ambiente saludable, con seguridad y salud, también son responsabilidad de la autoridad política. Es la lógica de la igualdad, la medianía tribal: el mérito y el esfuerzo individuales son sustituidos por las promesas redistributivas y las garantías públicas, de efecto castrante sobre el ímpetu de superación y la iniciativa personal.

Varias generaciones indoctrinadas en la lógica de los derechos fermentan sociedades cómodas, reticentes a la renuncia y al sacrificio. Pero si alguna ley opera irreductible en el universo, es que no hay logro trascendente sin renuncia y sacrificio.