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Benedicto XVI

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...por primera vez las autoridades del islam afirmaron que Roma había construido puentes para el diálogo entre las religiones...

Peter Seewald, un periodista alemán que en su juventud abandonó la fe y fundó un semanario de izquierda radical, entrevistó a Joseph Ratzinger, papa emérito Benedicto XVI, en varias ocasiones, y lo describió así: «…se hace visible de forma especial un resplandor de la Luz del mundo, del rostro de Jesucristo, que quiere salir al encuentro de cada ser humano…». Tras estos diálogos, Seewald se convirtió al catolicismo.

Con Benedicto XVI, África y Asia vieron una multiplicación sin precedentes de fieles, logrando que un credo confinado a Occidente echara raíces al otro extremo del mundo; por primera vez las autoridades del islam afirmaron que Roma había construido puentes para el diálogo entre las religiones, y los líderes de la vertiente ortodoxa reconocieron, a pesar de los matices dogmáticos por salvar, la necesidad de volver los ojos al papa como el primado de la Iglesia.

Notable fue la convocatoria de Benedicto XVI en la cumbre espiritual de 2011, en la que incluyó a una filósofa agnóstica junto a budistas, ortodoxos, judíos, musulmanes, líderes de iglesias africanas, entre otras, reeditando, con más amplitud si cabe, un encuentro similar al organizado en 1986 por Juan Pablo II bajo la dirección de Ratzinger.

Este diálogo renovado de la doctrina católica con audiencias cultural y religiosamente tan distantes no lo consiguió Benedicto XVI acomodando principios, sino volviendo sobre lo esencial, profundizándolo, incluyendo con coraje en la conversación también a laicos, seglares, agnósticos, antagonistas. Por ello, paradójicamente, resaltaban más las diferencias con facciones cristianas descolgadas de Roma, más flexibles a las modas espirituales y a cuya autonomía tan bien le sientan los escándalos y el descrédito del Vaticano. Fue Benedicto XVI quien por primera vez tomó cartas sobre el gravísimo asunto del abuso sexual y, aun admitiendo que le haya faltado hacer más, hasta sus críticos reconocen que Bergoglio construyó en esta materia sobre los pilares asentados por su predecesor.

La muerte de Benedicto XVI, irreductible defensor, junto a Juan Pablo II, de la libertad individual y el estado liberal de derecho, apaga una luz teologal tan necesaria en estos días, cuando la libertad humana se ausentó de los mensajes proferidos por la cabeza del Vaticano, en cuyo discurso más bien aflora el tufo totalitario propio de sus antiguos camaradas.