Carne roja

Las nuevas generaciones y muchos medios asumen el cambio climático como un hecho tan incontrovertible como la rotación de la Tierra...
La superficie de la Antártida creció 5.305 km2 entre 2009 y 2019, según un estudio publicado por la Unión Europea de Geociencias, que debilita la hipótesis sostenida sin beneficio de inventario por el coro del cambio climático. Ahora leo en The Telegraph que otro estudio, realizado con 150.000 personas a nivel global, el primero en su clase según el referido diario, concluye que comer carne roja y queso no incrementa el riesgo de muerte prematura o infartos; al contrario, sostiene el estudio, las enfermedades cardiovasculares no estarían relacionadas con la indulgencia excesiva de carnes, lácteos o grasas saturadas sino más bien con una dieta pobre en grupos alimenticios fundamentales. Menudos hallazgos.
Como enseñó Stephen Hawking en su obra ‘A brief history of time’, toda teoría científica es siempre provisional, por definición, susceptible a pruebas que aportan confianza o desconfianza en su validez, pero jamás una confirmación definitiva. Incluso las leyes físicas de Newton fueron, en algunos aspectos, modificadas por la teoría de la relatividad general de Einstein (Hawking, nuevamente). Los estudios referidos son solo eso, elementos de confianza en una hipótesis, como los hay tantos que apoyan las tesis contrarias, y en muchos casos según quien los financie. Mi alegría por los hallazgos climáticos y dietéticos anotados no proviene tanto de una confirmación -que no lo es- de mis propias sospechas, cuanto de la constatación de que aumentan en número y calidad las voces que disienten de la narrativa dominante.
Porque en materia de cambio climático, la naturaleza como deidad, privilegios de minorías, ideologías de género y tantas otras modas que, sospecho también, están unidas tras bastidores por pájaros de la misma pluma, se ha instalado en tiempos modernos una corriente que recuerda a la Inquisición, por el dogmatismo de sus tesis: a falta de argumentos concluyentes demandan de la sociedad un acto de fe. Aunque no pasa de una hipótesis, las nuevas generaciones y muchos medios asumen el cambio climático como un hecho tan incontrovertible como la rotación de la Tierra alrededor del Sol. En cierto modo, estamos frente a otra forma de religión, de un culto ciego que, merced al control de la izquierda sobre muchos canales digitales y medios, ha logrado magnificar el eco de sus ideas mientras eliminaban las contrarias al guion.