Premium

Colectivos tiránicos

Avatar del Bernardo Tobar

En el último siglo el Estado, en todo el mundo, se ha vuelto más invasivo, intervencionista, y a guisa del bienestar colectivo ha terminando relegando una vez más a segundo plano a la libertad...’.

La libertad es inherente a la condición humana, un derecho natural que la ley positiva se limita a reconocer. Sin esta premisa, los derechos esenciales del hombre estarían supeditados a las modas y las mayorías. Es un derecho que reside originariamente en las personas, no en los colectivos ni en eso que llaman pueblo.

Este principio fue uno de los grandes aportes de la Ilustración, que superó la idea de que reyes, zares y emperadores estaban investidos de un poder que, según argumentaban los filósofos medievales, tenía origen divino. Para las teorías tradicionales del Estado, esta forma de organización política estaba, si cabe el término, predestinada, era “la realidad de la idea ética” de Hegel, la ordenación a la que estaba llamada la sociedad por designio trascendente (Platón, Aristóteles, más tarde Hobbes). Por ello hoy desde los liberales hasta los totalitarios coinciden en la necesidad del Estado -no así los libertarios-, si bien discrepan dónde trazar la línea entre el poder político y la libertad individual.

Las primeras constituciones republicanas de fines del siglo XVIII surgieron de este principio: que el Estado no puede tener más atribuciones que las transferidas por sus titulares originarios, las personas, aunque solo las naciones anglosajonas se decantaron sin reservas por la defensa de la libertad individual, mientras que la Revolución francesa apenas sustituyó una religión, la del derecho divino de los reyes, por otra, el mito del pueblo soberano. La voz del pueblo es la voz de Dios fue la tara que Rousseau legó al mundo latino. Sea como fuere, la humanidad ganó en libertad con la forma republicana en comparación con su predecesor político.

En el último siglo el Estado, en todo el mundo, se ha vuelto más invasivo, intervencionista, y a guisa del bienestar colectivo ha terminando relegando una vez más a segundo plano a la libertad, dando paso a nuevas formas de servidumbre, que es lo que sucede cuando la dignidad sobrenatural del ser humano, en su individualidad irrepetible, en su destino personalísimo y trascendente, queda condicionada a la dictadura de las masas y a imposiciones colectivas, que vienen tanto de mayorías como de minorías. Es como titula Javier Marías una de sus compilaciones: “Cuando la sociedad es el tirano”.