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La culpa no es del cerdo

Avatar del Bernardo Tobar

Cuando se trata de elegir, el ciudadano-elector deja al intestino grueso hacer las veces de circuito neuronal

No es culpa de los políticos. Hacen lo que reclaman sus audiencias, lo que sea necesario para ganarse su guiño en las urnas, ya implique recitar el guion precocido por su titiritero prófugo o dialogar en el lenguaje de los perros. Y están los menos preparados para el ridículo histriónico, más formalitos, aunque tan retorcidos como para pedirle al elector que se dispare en el pie de la inseguridad, si con ello consigue alimentar su propio fuego el árbol caído de un Ecuador disuelto. ¿Acaso los jueces que liberan criminales pasándose por la bisectriz la ley, lo hacen presididos por la bandera nacional, inspirados en la hipérbole patria?

Los empresarios también hacen lo que piden sus consumidores. Pero el ciudadano-consumidor es muy exigente, quiere más calidad, más cantidad, pagar menos, no tolera el trato inapropiado ni las faltas de integridad, y con solo la posibilidad de optar por la competencia logra que las empresas adopten conductas socialmente responsables. Este mismo ciudadano, implacable cuando elige qué comprar, se transforma en parte de una mayoría boba apenas calarse el sombrero electoral. Vaya paradoja, en esa frecuencia no mercantil y más bien cívica, deja de importar el cumplimiento de la promesa, la integridad, la razón y vale cualquier basura: grilletes, sobornos, prontuarios, conspiraciones. Quito, motejada la carita de Dios, san-franciscana y otrora culta capital, que sufrió reincidente el asedio, el fuego, la destrucción material y el ultraje moral a manos de Iza y sus huestes, acaba de alimentar con su voto a los cómplices de ese capítulo nefando. Cuando se trata de elegir, el ciudadano-elector deja al intestino grueso hacer las veces de circuito neuronal.

No es nuevo. Recordemos cómo ese ciudadano-elector hizo parte del rebaño que corrió ciego, sordo y estreñido de prejuicios tras las promesas de Montecristi, cuyas maquinaciones constituyentes resultaron tan instrumentales al crimen organizado. Luego ese ciudadano-elector se duele por la corrupción, la torpeza, la ridiculez de las autoridades y candidatos, tan solo para volver a decidir el voto usando el mismo órgano que la Providencia reservó a las funciones digestivas. La política no es más ni menos que la imagen del elector, ese que nunca toma responsabilidad de su voto. Como dicen las abuelas, el cerdo no tiene la culpa de cómo sabe, sino quien lo alimenta.