La ficción, el nuevo poder

Pero jamás tuvo la libertad humana tantas herramientas tecnológicas y potencial científico a su alcance para transformar las sociedades sin consultarle al poder
Julio Verne describió en 1865 con asombrosa precisión, en su novela ‘De la Tierra a la Luna’, el viaje que se haría realidad un siglo después. Predijo el número de astronautas, la ingravidez que soportarían, las dimensiones de la cápsula espacial, el retorno al océano, hasta el punto de lanzamiento. El único error importante, según el científico Michio Kaku, fue el tipo de combustible que se utilizó. No fue la única predicción acertada del novelista, como bien sabemos de otras obras suyas. Sin embargo, Verne no era científico, sino un maestro de la ficción.
Leonardo da Vinci, fallecido en 1519, dejó diseños de helicópteros, aviones, el prototipo de una calculadora mecánica hasta el esbozo de un autómata, nociones que tomarían forma varios siglos más tarde. Si bien este excepcional polímata florentino hizo alarde de erudición enciclopédica, fue la inspiración artística su rasgo más saliente.
¿Los Verne, Da Vinci y otros como ellos a lo largo de la historia, anticiparon el futuro o marcaron el camino de la innovación? Los biógrafos de Steve Jobs, padre del revolucionario iPhone, describen como anteponía, sin concesiones, una visión clara de lo que tenían que ser sus productos sobre las dificultades científicas. Los técnicos, cuya dinámica es prueba y error, concluían que las pantallas táctiles solo funcionarían en materiales plásticos, pero para Jobs solo el cristal proporcionaría la experiencia que imaginó. Y cristal fue. Otro tanto ilustran las ideas de Elon Musk. La ficción vuelve a modelar la realidad. Con el método científico se logran saltos incrementales; con la intuición se crea el camino del futuro.
Ese futuro daba saltos que demoraban siglos. Hoy la curva de la innovación nos presenta cambios significativos en lustros, años, con impactos mucho más profundos en la sociedad. Sean los visionarios con su imaginación o los científicos con su capacidad de transformar ideas en objetos funcionales, hoy como nunca está el futuro en sus manos, mientras han perdido casi toda capacidad de modelarlo los políticos y su corte de aspirantes al poder. Conservan, sí, la capacidad de hacer la guerra, de destruir, incluso de entorpecer iniciativas con su promiscuidad regulatoria. Pero jamás tuvo la libertad humana tantas herramientas tecnológicas y potencial científico a su alcance para transformar las sociedades sin consultarle al poder.