¿Hay un Ecuador posible?
Cuando este país, que caía en picada al abismo de la mesa servida por el correísmo, detuvo su caída y equilibró sus cuentas, llegó nuevamente Iza, reincidente, a recordarnos que no hay imperio de la ley’.
A nadie escapa que la impunidad y la aplicación desigual y selectiva de la ley han hecho del Ecuador una caricatura de república. Octubre de 2019 nos develó, de la mano de Iza, un país en vías de disolución, que la Asamblea Nacional quiso rematar condecorando con la impunidad a los responsables del asedio, destrucción y rosario de delitos que aterrorizaron a la nación en esa hora fatídica. Las instituciones en general no sirven, desde la sede misma en que se dictan las leyes, hasta los rincones donde operan los jueces que falsifican ‘habeas corpus’.
Cuando este país, que caía en picada al abismo de la mesa servida por el correísmo, detuvo su caída y equilibró sus cuentas, llegó nuevamente Iza, reincidente, a recordarnos que no hay imperio de la ley, que él y sus huestes pueden paralizar impunemente la nación a su antojo y desatar a su paso la consabida ola de crimen y destrucción, poniendo nuevamente de rodillas al principio de autoridad. En 2019 incendiaron el edificio de la Contraloría; mientras escribo estas líneas, la sede de la Fiscalía General está bajo ataque, la guinda del pastel de terror compuesto de muertes, extorsiones, asaltos, secuestros, lesiones, sabotaje de pozos petroleros y servicios públicos, todo en un contexto golpista financiado, al parecer, por el crimen organizado, según han denunciado las mismas autoridades.
Sea cual fuere el desenlace de este paro criminal, ya bajo la improbable aplicación de la ley o su capitulación merced a un diálogo impuesto con violencia, que tiene de rehén a la sociedad entera a pesar del estado de excepción, el Ecuador encontrará esta vez algo más que edificios incendiados: las cenizas del Estado de derecho. Si la sociedad no aprende las lecciones, si evade enfrentar este hecho y no se reconstruye a partir de esta constatación, si se rinde ante la voz de la violencia en lugar de demandar sanción legal y reparación, en pocos años vivirá otra tragedia.
La ley no puede seguir siendo una mera referencia, que se tuerce o traspapela según los intereses de la política, los humores de los jueces de alquiler o las trampitas de la viveza criolla, pues también la sociedad tiene vela en este entierro. Si queremos reconstruir sobre las cenizas, hay que convertir al imperio de la ley, que empieza por castigar legalmente a los responsables del paro, en el más caro valor de nuestra cultura. Solo así será posible un Ecuador.