Premium

Ideas seminales

Avatar del Bernardo Tobar

Esa fertilidad jamás ha existido en países totalitarios, en culturas dependientes del poder, en países cerrados al flujo libre y crítico de ideas

Hay muchos frutos por cosechar de las teorías que revolucionaron las leyes científicas durante las primeras décadas del siglo XX, incluyendo la teoría de la relatividad, precursora de la física cuántica, que a su vez permitió el desarrollo de la energía atómica, todo lo cual fue construyéndose sobre los descubrimientos y aportes sucesivos de Einstein, Niels Bohr, Max Born, Robert Oppenheimer y otros tantos, en su mayoría judíos. Sobre estos principios está en curso el próximo salto digital, la computación cuántica, que en materia de inteligencia artificial (AI) permitirá modelos algorítmicos que resultan hoy inviables, lentos o costosos. Aunque sorprenden los resultados de los denominados modelos generativos de AI corriendo sobre procesadores binarios, como ChatGPT, que pasó con altas notas el complicadísimo examen de abogado de Nueva York, estamos viendo apenas la punta del iceberg de lo que se podrá lograr con procesadores cuánticos.

Es notable que una de las tecnologías con mayor potencial disruptivo, la que transformará radicalmente trabajos, esquemas educativos, sistemas de salud, lógicas de negocio, arquitecturas de empresas y naciones, camina sobre las ideas desarrolladas el siglo pasado, entre la primera y segunda guerra mundiales.

También llama la atención que, si bien en aquella época Harvard o Berkeley eran infantes frente a la prestigiosa Cambridge de Inglaterra y la incomparable Göttingen de Alemania, crema y nata de la academia en física a inicios del siglo XX, fue en Estados Unidos donde el grupo de científicos liderados por Oppenheimer, varios de ellos europeos, tuvo las condiciones para adelantar a los alemanes en el desarrollo de la bomba atómica (cómo la usaron los políticos es otra historia).

Los grandes saltos de la humanidad resultan, parece recordarnos a cada tanto la historia, de una combinación de talentos y circunstancias del entorno, que cuando son positivas obran como el terreno fértil en el que una semilla da sus mejores frutos. Esa fertilidad jamás ha existido en países totalitarios, en culturas dependientes del poder, en países cerrados al flujo libre y crítico de ideas, en regiones entretenidas en juegos políticos, por más dinero que gasten. Hoy, como hace un siglo, será el polo geopolítico que acoja a los espíritus independientes y celebre el talento el que marque el rumbo del futuro.