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El muro de la impunidad

Avatar del Bernardo Tobar

Esta desigual y selectiva aplicación de la ley es el vector de un círculo vicioso que socava progresivamente la conciencia colectiva, que contradice el principio de que toda acción tiene consecuencia...

El estado-nación existe porque hay una ley que lo define, que establece su jurisdicción, autoridades y las personas sometidas a su imperio jurídico, el cual garantiza las libertades. Pero de nada sirve la ley si no es obedecida. Una sociedad sin capacidad institucional de hacer cumplir las leyes puede fungir de ONG, sociedad filantrópica o club deportivo, pero no de república independiente. Esta pierde vigencia en la medida en que la ley deja de aplicarse. En ese punto ya no es un Estado, es tierra de nadie, pasto del más violento, la nueva frontera abierta a la colonización del crimen organizado.

¿Cuál es el estado de salud existencial del Ecuador desde esta perspectiva? No podemos decir que es un país que hace cumplir sus códigos sin distingo de raza o filiación política cuando agitadores indígenas, reincidentes en sus delitos, reciben amnistías y los vuelven a cometer, haciendo gala de pasarse la ley por el poncho; cuando un estallido golpista es legitimado como derecho a la resistencia, mientras que los implicados en un accidente de tránsito -sin dolo- terminan con sus huesos en la cárcel según la cuantía de los daños; cuando talar un árbol es delito ambiental si el autor lo quiere para carbón, pero es protesta social si se aplica a bloquear una vía.

Esta desigual y selectiva aplicación de la ley es el vector de un círculo vicioso que socava progresivamente la conciencia colectiva, que contradice el principio de que toda acción tiene consecuencia, que imprime en las personas, desde temprana edad, la sospecha de que respetar turnos, cumplir puntualmente contratos y citas, admitir errores y obviar excusas, decir no a tiempo en lugar de fingir interés en continuar entreteniendo una propuesta, es cosa de pelotudos. Los sagaces, los curtidos en inteligencia callejera, hallan íntima satisfacción en tomar atajos legales; en cerrar el paso en lugar de cederlo observando la norma de tránsito; en echar la basura por la ventana del carro; en lograr un descuento después de comprometido un precio; en tirar la piedra y esconder la mano, en vender gato por liebre. Así contribuye la sociedad a levantar, ladrillo por ladrillo, el muro de la impunidad.

Esa muestra de desprecio por la norma, aislada, individual, aparentemente inofensiva, es la gota que en la sucesión colectiva termina horadando la piedra angular del Estado de derecho.