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Nación perdida

Avatar del Bernardo Tobar

No tuvieron voz ni voto en estas mesas los contribuyentes que terminarán pagando la factura de la sinrazón, ni las grandes mayorías...

El diálogo del Ejecutivo con el movimiento indígena ha sido una bofetada a toda la sociedad, tanto por su proceso como por sus resultados. Una vez que el Gobierno, luego de una sucesión contradictoria de posiciones durante el paro de junio pasado, cedió ante el despliegue ilegítimo de la fuerza por parte de Iza y sus huestes y se avino al mal llamado diálogo -más bien un monólogo impuesto por la Conaie-, el proceso se convirtió en la crónica de una muerte anunciada. La muerte de la democracia, la aniquilación de las esperanzas de cambio de las grandes mayorías en aras de una efímera y frágil gobernabilidad, la sepultura de un Estado de derecho que ya exhibió su enfermedad terminal en octubre de 2019. No tuvieron voz ni voto en estas mesas los contribuyentes que terminarán pagando la factura de la sinrazón, ni las grandes mayorías cuyas oportunidades dependían de que se acuerde exactamente lo contrario de lo que ha demandado, y en buena medida conseguido, el liderazgo indígena. Tampoco participaron los sectores más perjudicados por el bloqueo y la violencia, que al costo de reponerse de la destrucción y paralización de sus bienes y negocios, con su propio esfuerzo y sin caridades públicas, habrán de sumar el costo inconmensurable de continuar haciendo negocios en un país que en pocas semanas vio duplicarse sus indicadores de riesgo, lo que en lenguaje simple implica menos acceso a capitales y a mayor costo, menos apetito para invertir y generar empleo, desconfianza generalizada acerca de la estabilidad del sistema y en la sensación de impotencia ante las continuas incursiones de la violencia organizada en los dominios de la libertad y el progreso. Este desenlace, sin embargo, no es solo obra de la Conaie. Es también fruto de la anomia del Ejecutivo, de su ambivalencia en casi todo lo que no tuvo que ver con ordenar las finanzas públicas, de su analfabetismo político, algunos de cuyos representantes han tenido posiciones más alineadas con el colectivismo socialista que con las tesis liberales que los llevaron al poder. La Asamblea también sostuvo el arma que obligó al Gobierno a archivar la agenda gracias a la cual fue elegido, y los organismos que debían haber impulsado la actuación de la justicia con la contundencia y celeridad que demandaban las circunstancias, han brillado por su indolencia.

Al Ecuador hay que armarlo de nuevo. De momento no existe como nación.