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El Estado, una pieza de museo

Avatar del Bernardo Tobar

Aunque no deberían tener mayor problema en lograr la cuadratura del círculo cuando en ese ambiente todo se reduce a la presión de los votos

En el mundo de la innovación privada, un programa de inteligencia artificial (IA) denominado ChatGPT-3 rindió con éxito el examen final de MBA de Wharton. Esta IA ejecuta tareas extraordinarias, como escribir artículos, condensar informes complejos en forma clara y digerible, traducir, escribir código, dar tutoría sobre matemáticas, ciencias, humanidades o artes. La versión mejorada, ChatGPT-4, está disponible a US$ 20 al mes.

En el mundo político, un grupo conformado por decenas de asambleístas que ganan US$ 5.000 mensuales, más asesores, todos pagados por los contribuyentes, más sus escribanos fantasmas, no logra tras varios intentos redactar una acusación de juicio político que resista un examen de lógica elemental, es decir un examen formal sobre la correspondencia entre el presupuesto fáctico alegado y la tipología abstracta de la norma pertinente. Esto a pesar de que abogados expertos y académicos, muy comedidos, no han escatimado espacios públicos para sentar cátedra y aconsejar, con lujo de detalles, los errores y la manera de corregirlos cada vez que un borrador circulaba. Bastaba con tomar notas y ejecutarlas. Como todo hay que decirlo, en defensa de los asambleístas obra un detalle, que los hechos que podrían probar no constituyen causales para enjuiciar políticamente al primer mandatario, por lo que la narrativa tendría que ser falsificada, lo que siempre exige cierto talento de prestidigitador para encajar un círculo fáctico en un cuadrado jurídico. Aunque no deberían tener mayor problema en lograr la cuadratura del círculo cuando en ese ambiente todo se reduce a la presión de los votos, pues la razón ha sido desterrada de la política.

El contraste entre el poder de la tecnología -la IA es apenas uno de tantos ejemplos revolucionarios- y el pobrísimo desempeño de los actores políticos nos debe interpelar. ¿Por qué aceptamos ser gobernados desde la política ante los logros cada vez más sorprendentes de las sociedades libradas a su propia iniciativa? ¿Por qué depender de la rectoría de autoridades muy buenas para provocar inflación, hacer la guerra o boicotear el desarrollo? ¿Por qué no tenemos, como reclamaba Kant, el coraje para gobernarnos a nosotros mismos? ¿Por qué pagamos impuestos para mantener una estructura que, lejos de cumplir su finalidad, se ha convertido en el mayor lastre para la convivencia constructiva?