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La política y el rebaño

Avatar del Bernardo Tobar

Siempre expande el Estado sus tentáculos en una suerte de invasión legalizada en los campos de la libertad.

Casi todas las especies del reino animal son lideradas por el más apto, lo cual es además una premisa evolutiva. No así la especie humana, regida con frecuencia creciente por los más imbéciles. No para consuelo de tontos sino como constatación estadística, el juego político en manos oscuras es un mal global. ¿Qué fenómeno provoca que sociedades con diferencias tan marcadas a lo largo y ancho del planeta hayan coincidido en lograr, con notable éxito, ser gobernadas por los peores, ya por tiranos, incompetentes o corruptos?

Erich Fromm afirmó que la causa de este fenómeno es el miedo a la libertad, en una obra titulada exactamente así: el miedo a la libertad. Explica Fromm que la aspiración de libertad coexiste en la naturaleza humana con una inclinación a la sumisión, y esta última se agranda en la misma medida en que el ser humano se resiste a tomar responsabilidad sobre su destino. Individuación deficiente, la denomina. Ejercer la libertad supone riesgos y exige sacrificios, incertidumbres cada vez menos atractivas al ciudadano promedio. Otro tanto expuso Kant en un ensayo titulado ¿Qué es la Ilustración?, en el que exhorta al hombre a liberarse del tutelaje bajo el cual se ha colocado a sí mismo por la falta de determinación y coraje para usar su razón sin la dirección de otros. Y en la misma línea se lamentaba Dostoyevski, con las licencias propias de la literatura, cuando el personaje de su cuento El gran inquisidor interpela a Dios en estos términos: “…porque nunca en absoluto hubo para el hombre y para la sociedad humana nada más intolerable que la libertad. ¿Y ves Tú esas piedras en este árido y abrasado desierto?... Pues conviértelas en pan, y detrás de Ti correrá la Humanidad como un rebaño, agradecida y dócil…”.

A estas tesis añado el crecimiento parasitario del Estado de bienestar. El ejercicio normal de las funciones estatales, esto es legislar, regular y administrar, termina invariablemente añadiendo más leyes, regulaciones y controles a título de bien común, que aumentan su propia esfera de intervención en la vida de las personas. Siempre expande el Estado sus tentáculos en una suerte de invasión legalizada en los campos de la libertad. Su propio peso le impide moverse en la dirección del bien común, pero aquilata en cambio el botín. Un botín que se nutre cada vez que el rebaño acude a legitimar en las urnas el juego político.