Sociedad emancipada
La primera constatación es que esa sociedad civil ya enrumba al Ecuador, aunque no se tenga conciencia generalizada de ello’.
En varias de mis columnas he sostenido que la sociedad civil, ese Ecuador paralelo de gente corriente, trabajadora, emprendedora, innovadora, que se levanta cada día a construir el futuro, no debe esperar a que la clase política, enquistada en todas las instituciones públicas y en su mayoría corrupta e incompetente, le marque el rumbo. Muchos me han preguntado cómo hacerlo, de modo que adelanto una reflexión al respecto.
La primera constatación es que esa sociedad civil ya enrumba al Ecuador, aunque no se tenga conciencia generalizada de ello. Como decía Nietzsche, los progresos de la humanidad son apolíticos, incluso contrarios a la política, salvo raras excepciones en la historia. Lo que no es excepcional es la capacidad de la autoridad pública de enredarnos en conflictos, desatar guerras, provocar hambrunas, éxodos masivos y destruir países; para este tipo de despropósitos no hay quién la sustituya.
Por contraste, los inventos que transformaron el mundo y trajeron bienestar y cultura, desde la imprenta, la electricidad, la inteligencia artificial, ‘blockchain’, frutos a su vez de la producción sin censura -o en su caso, contra la censura- de las ideas del Renacimiento, la Ilustración, el reconocimiento de la libertad individual como base de los derechos humanos o la revolución tecnológica de las últimas décadas, no responden a planes o políticas públicas, a guiones de burócratas iluminados, a la pretensión arrogante del poder de ejercer tutorías o rectorías, o a recetas de laboratorios sociales, sino a esa dinámica que solo la iniciativa privada de agentes sin otro mapa que su imaginación libre y caótica es capaz de producir. Nótese que todos los progresos anotados enfrentaron en su momento una clase política reacia o abiertamente contraria. Y fructificaron, no obstante.
Y si bien la sociedad de hoy se enfrenta a un Estado hipertrofiado por su voracidad regulatoria y la insaciabilidad de la clase política, también cuenta con instrumentos de organización descentralizada impensables hace apenas un par de décadas, a través de los cuales puede no solamente transar en monedas inmunes a la estulticia del poder y su mayor asalto, la inflación, sino también hacer escuchar su voz sin los filtros políticos de las consultas populares. La sociedad tiene los elementos para emanciparse de la autoridad política y armar la nación.