Premium

Carlos Alberto Reyes | Venezuela se desangra

Avatar del Carlos Alberto Reyes Salvador

Las salidas son inciertas y la decisión final podría recaer en manos de los militares 

Entre delirios y pataletas, Nicolás Maduro se ha proclamado ganador de unas elecciones bochornosas y fraudulentas. En Venezuela no gana quien tiene más votos, sino quien los cuenta. Según el Consejo Nacional Electoral (CNE), Maduro obtuvo el 51,2 % de los votos, una cifra que contradice las escasas actas transmitidas a la oposición, las cuales le dan al opositor Edmundo González el 70 % de la votación.

El anuncio de la victoria de Maduro ha sido recibido con escepticismo y rechazo tanto dentro como fuera de Venezuela. En su discurso, Maduro prometió paz, estabilidad y justicia, aunque en campaña había amenazado con sangre y muerte si su revolución no triunfaba. Además, acusó a varios países de la región y a políticos de ultraderecha de intentar desestabilizar su gobierno, calificándolos de “sicarios políticos”.

La falta de transparencia en el proceso electoral, la ausencia de observadores internacionales y la rápida proclamación de resultados antes de finalizar el conteo y verificar las impugnaciones, han quitado credibilidad a las elecciones y dificultan el reconocimiento de un gobierno legítimo. Este proceso viciado ha diluido la esperanza de muchos venezolanos de terminar con la dictadura comunista instaurada por Hugo Chávez y continuada por Nicolás Maduro, que ha llevado al país a la miseria, la corrupción y la pobreza.

En un acto delirante y cantinflesco, Maduro ha invitado a pelear a figuras internacionales como Javier Milei y Elon Musk, a quienes acusa de estar detrás de una conspiración contra su gobierno. También ha señalado a las redes sociales como TikTok e Instagram de fomentar el odio y la división en Venezuela. Maduro se autodenomina hijo de Bolívar y de Chávez, en una clara muestra de su desconexión con la realidad. Sin duda, un parto difícil de consecuencias catastróficas.

Las reacciones internacionales no se han hecho esperar. Países como Ecuador, Chile, Estados Unidos, Perú, Uruguay, Costa Rica y Argentina han desconocido los resultados. En respuesta, Venezuela ha suspendido relaciones diplomáticas y ha expulsado a las delegaciones de estos países. En contraste, aliados como Rusia, Irán, China, Cuba y Nicaragua han felicitado el proceso electoral, resaltando las similitudes con sus propios sistemas autoritarios.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha denunciado la represión violenta de las protestas opositoras, que ha dejado casi una veintena de manifestantes asesinados por militares y civiles armados pro-gobierno, y más de 40 heridos hasta la fecha de escribir este artículo. Estos grupos civiles armados, conocidos como colectivos, actúan como una especie de policía paraestatal, y su existencia podría recaer sobre la responsabilidad del Estado. Más de 2.000 personas han sido detenidas y muchas más están en la mira del Gobierno, en medio de una persecución política generalizada.

Venezuela se encuentra en una encrucijada. El régimen de Maduro, enquistado en el poder, ha cooptado al Estado mediante la corrupción. La democracia está ausente, y el mundo presiona, desconociendo a Maduro. Las salidas son inciertas y la decisión final podría recaer en manos de los militares, quienes actualmente se benefician del ‘statu quo’. En este contexto, el país sigue desangrándose, esperando un cambio que parece cada vez más lejano.