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Carlos Alberto Reyes Salvador | Llega el circo

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Claramente, muchos no tienen la intención de llegar a la presidencia, sino de capitalizar en sus bolsillos...

En medio de luces y colores, la política ecuatoriana se ha convertido en un espectáculo circense. Con malabaristas y escapistas, enormes animales, la bella y la bestia, el hombre bala y los titiriteros, los trapecistas y los transformistas camisetistas, el guasón y sus payasos, magos que hacen desaparecer la esperanza del pueblo. Con una variedad de personajes pintorescos que colorean la papeleta electoral, el país se encuentra inmerso en una contienda que, más que democrática, parece un espectáculo montado para el entretenimiento.

Diecisiete binomios se lanzaron al ruedo electoral, ya solo dieciséis permanecen en pie. La posibilidad de formar alianzas sensatas parece haber sido un sueño inalcanzable, y uno no puede evitar preguntarse si el país realmente cuenta con dieciséis visiones políticas diferentes que puedan sacarlo adelante. Lo que presenciamos es la proliferación de oportunistas que buscan ingresar al negocio de la política, donde la compra y venta de espacios y conciencias se ha vuelto la norma.

Como señalara Sofía Cordero, “Ya nada les da asco”, al ver cómo las izquierdas pretenden unirse, aunque solo sea un pacto sellado con baba entre oportunistas, opresores y oprimidos, basado en la conveniencia y la improvisación. Pacto que no refleja un verdadero compromiso con el bienestar del país, sino un intento desesperado por acceder al poder a cualquier costo.

Las promesas vacías que se lanzan al aire durante la campaña abundan, ideas y propuestas que jamás se implementarán una vez en el poder. La seguridad y el empleo, temas esenciales para la ciudadanía, se utilizan como carnada para captar votos, pero sin un plan claro ni viable detrás.

¿Qué buscan tantos adalides de la democracia? El reparto de fondos para la campaña electoral no está exento de consecuencias ni de intenciones que sobrepasan el patriotismo o el deseo genuino de servir al país. En la primera vuelta se repartirán alrededor de 13 millones de dólares entre los candidatos, de los cuales se espera que al menos diez obtengan menos del 4 % de los votos. Este reparto equitativo parece más una burla que una herramienta democrática, ya que aquellos sin ninguna posibilidad real de éxito solo buscan acceder a su fondo de campaña, una suma considerable que pueden gastar en vender humo.

Aunque el Código de la Democracia establece que los candidatos que obtengan menos del 4 % de los votos en dos elecciones consecutivas deben devolver la mitad de los fondos, esta regla no se aplica en esta elección anticipada, ya que la muerte cruzada rompió la continuidad de los procesos electorales. Así, el conteo de estas dos elecciones consecutivas comenzará en 2025, lo que explica la entrada de tantos candidatos a la carrera presidencial. Claramente, muchos no tienen la intención de llegar a la presidencia, sino de capitalizar en sus bolsillos negociando con su pequeña tajada de voluntad popular.

Esta proliferación de candidatos no solo satura el espacio político, sino que también desvía la atención de las verdaderas necesidades del país. Se privilegia el discurso populista y demagógico, y se presentan campañas improvisadas y carentes de planes programáticos claros.

El proceso electoral en Ecuador ha dejado de ser una verdadera contienda democrática para convertirse en un espectáculo circense, donde los actores principales buscan más el poder y el beneficio personal que el bienestar del país. El futuro de Ecuador pende de un hilo, mientras el circo sigue su curso.