Carlos Andrés Vera: La convención nazi
También nos muestra protestas masivas en universidades estadounidenses en favor de estados islámicos y musulmanes
A poco del cierre de la campaña presidencial en EE.UU., Kamala Harris apostó todo a demonizar a su oponente, Donald Trump, afirmando que su rival estaba dirigiendo una convención nazi. Esta moda de llamar fascista o nazi a cualquiera que no se alinee con las posturas de izquierda, no solo es una falacia del tamaño de una catedral y un síntoma de intolerancia en sí mismo, sino también un reflejo de la locura discursiva y social que hoy se entiende como cultura ‘woke’.
Esta nueva patología de masas, viene a mostrarnos desfiles LGBTQ+ donde se flamean banderas de Palestina. Palestina, territorio gobernado por Hamás, donde las relaciones entre personas del mismo sexo son ilegales. También nos muestra protestas masivas en universidades estadounidenses en favor de estados islámicos y musulmanes, en cuyas instituciones temas como los derechos LGBTQ+, críticas al gobierno, la separación entre religión y Estado, o la igualdad de género están fuera de cualquier debate.
Esta locura ‘woke’ viene a imponernos un lenguaje inclusivo extremo, donde se busca cambiar palabras que son gramaticalmente neutras (como ‘history’, en inglés, que se ha propuesto cambiar a ‘herstory’). Imponen conceptos como la cancelación por asociación en redes sociales, sugieren cambios de terminología en biología, como referirse a un padre o una madre como “progenitor que da a luz” o “progenitor que no da a luz”. Crean ‘safe spaces’, donde solo personas de ciertos grupos (por género, raza u orientación sexual) pueden entrar. Intentan convencernos de que un hombre no necesariamente es un hombre y de que una mujer no necesariamente es una mujer. Promueven tratamientos hormonales que causan daños irreversibles a niños y adolescentes con disforia de género y… llaman nazi o fascista a cualquiera que los cuestione.
La mayoría de los estadounidenses dieron su voto a Trump no necesariamente por compartir su línea discursiva, sino como respuesta a toda esta locura ‘woke’, y es más que lógico, pues mientras los estadounidenses enfrentan problemas reales, los debates en la agenda pública han sido cooptados por toda esta gama de ridiculeces y sinsentidos. Es momento de que los promotores de la locura woke comprendan que en la vereda contraria no había ninguna convención nazi y, en lugar de ahondar en sus desvaríos, vayan al psicólogo y retomen la discusión de los problemas reales en su país.