Carlos Andrés Vera: Otro encuentro con la muerte

Es increíble como estos encuentros tan cercanos con la muerte, o con la tragedia, te dan una perspectiva distinta
Esta semana sufrí un accidente. Iba por la avenida Colón, en mi scooter, por la vía de bicicletas, cuando en una intersección, una camioneta que venía al lado mío se cruzó repentinamente. No tuve ni un segundo para reaccionar. Choqué directo contra su costado y salí volando unos siete metros, cayendo en la otra vía.
La fortuna -o la vida, o el misterio- quiso que no viniera ningún carro en sentido contrario. Si un bus o un auto venía, me pasaban por encima. Pude morir. Pude haber quedado destruido. Pero no. No me rompí nada, no me abrí la cabeza, llevaba casco. Lo único: una contusión muy fuerte en la espalda, que me tiene lisiado esta semana y que va a necesitar rehabilitación. Pero estoy vivo. Y eso ya lo cambia todo.
Es increíble como estos encuentros tan cercanos con la muerte, o con la tragedia, te dan una perspectiva distinta. Mientras más cerca estás de morir, más conciencia tienes del valor de la vida. Y esta semana, a pesar del dolor físico, me he sentido sereno, claro, determinado.
Han sido tiempos duros, en lo personal, en lo laboral, en el entorno. El país está en crisis permanente. Cada vez cuesta más tener paz, progresar, encontrar algo de equilibrio. Todo es cuesta arriba. Pero a veces, justamente, estos golpes son los que nos despiertan. Nos recuerdan que tenemos una misión en este tiempo y en este lugar. Nos recuerdan que los obstáculos también enseñan. Que la sabiduría está cifrada en los golpes que nos da la vida.
Creo que lo que me pasó esta semana, aunque fue muy personal, también puede tener algo de lectura colectiva. Ecuador es un país bendito y golpeado. Tiene algo mágico, algo que nos protege. Pero también es duro, implacable. Nos muestra el abismo todo el tiempo. Y, sin embargo, no terminamos de caer.
Creo que estamos aprendiendo colectivamente, que esto no es casual. Creo que nuestro destino no es hundirnos. Es surgir. Aunque cueste. Aunque duela. Aunque parezca imposible.
A veces necesitamos que algo -una camioneta, la vida misma- se nos cruce de frente para poder retomar el camino con más claridad. Con más determinación. Con esperanza. Y con más fuerza.