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Carlos Andrés Vera: Señalar a los farsantes

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Todo esto sucede, digámoslo claro, con pleno conocimiento y complicidad de dirigencias y comunidades indígenas

Cada 12 de Octubre debemos escuchar la cantaleta del genocidio español, el oro que se llevaron, el gran despojo de la cultura indígena. Un grupo de politiqueros llegó incluso a borrar líneas del himno a Quito: “Porque te hizo Atahualpa eres grande, y también porque España te amó”. En medio de esta negación permanente de nuestro mestizaje, como si tuviéramos que sentirnos avergonzados de ser producto de una mezcla de mundos y culturas, tuvimos a un presidente que se pavoneaba por el mundo con sus camisas de motivos indígenas, mientras con absoluta impunidad cambiaba los mapas de los pueblos ocultos en el Yasuní y declaraba terroristas a más de 300 dirigentes indígenas.

Casi 532 años después de la conquista de América, la dirigencia que representa al indigenismo abandera causas cuyo origen se remonta al “gran despojo”. Enfatizan que los españoles asaltaron nuestras riquezas, en todo el oro que se llevaron y en cómo las consecuencias de ese asalto las pagamos hasta estos días en forma de pobreza e inequidad (lo cual es cierto). Esas posturas, gozarían de mayor legitimidad si no fuera porque hoy, en buena medida, son dirigentes indígenas quienes en innumerables ocasiones están detrás de operaciones de minería ilegal, donde el producto del despojo es el mismo oro por el que tanto patalean en sus relatos históricos.

Seamos tan directos como el formato de esta columna permite: la minería ilegal representa el mayor despojo cultural que haya visto este país en toda su historia, mucho mayor a ese sufrido antes de que nos llamemos Ecuador. La minería ilegal destruye el territorio indígena, territorio que representa su principal riqueza, ya que alrededor de ese territorio se han construido sus conocimientos, sus lenguajes, su cultura y su relación con el mundo. Con la destrucción del territorio viene la destrucción de la cultura. Con la destrucción de la cultura viene la miseria absoluta, la conversión de un indígena en un ciudadano que no tiene nada: ni territorio, ni economía, ni cultura. Todo esto sucede, digámoslo claro, con pleno conocimiento y complicidad de dirigencias y comunidades indígenas.

Es urgente combatir este despojo, esta ilegalidad, este fenómeno y este asalto. Y también es urgente señalar a los farsantes.