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Carlos Andrés Vera: La trampa

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Nuestra predisposición natural a prestar más atención a las malas noticias lleva a los medios a priorizar lo negativo

Informarse en estos tiempos resulta un hábito casi tóxico, abrumador. Desde que tengo conciencia de lo que llamamos opinión pública, informarse demanda aventurarse al torbellino de malas noticias, intentando no caer en el abismo de la desesperanza. Hasta cierto punto es normal: nuestra sociedad tiene problemas graves y muchos de los responsables a cargo de sus soluciones no son más que un puñado de corruptos o incapaces. Informarse inevitablemente implica estar al corriente de las cosas que nos desmotivan o no funcionan. Pero no todo es política ni todo son malas noticias. Ahí es donde se hace vital analizar el rol de la opinión pública (voces influyentes, medios, actores sociales, actores privados) y preguntarse hasta qué grado este hiperenfoque en lo negativo proyecta una realidad distorsionada.

Nuestra predisposición natural a prestar más atención a las malas noticias lleva a los medios a priorizar lo negativo. El resultado es que la ansiedad, el estrés y la desesperanza se conviertan en compañeros cotidianos, que la realidad pierda color y que entremos en un túnel sombrío. Con intención o no, este círculo se convierte en una trampa, una operación gigantesca que termina creando ciudadanos inconscientes (hartos, desconectados de los problemas y sus soluciones), fácilmente manipulables (seguidores de falsos ídolos) y esencialmente pesimistas (con la moral por el suelo, sin norte). En síntesis, una trampa para destruir la moral de la sociedad.

¿Cómo salir de ella?

Si partimos de la premisa de que no todo es negativo, nuestro desafío es construir un relato más fiel de la sociedad. Y no solo debemos reflejarla de forma más precisa, sino inspirarla para contrarrestar la toxicidad que implica hoy por hoy informarse. Para eso, quienes comunicamos debemos ser lo suficientemente hábiles como para dominar los formatos que atraen a grandes audiencias. A partir de ahí, generar contenidos de alto valor, que conecten con la gente, y nutrir a la sociedad con valores democráticos, valores personales y buenas noticias. Así la gente podrá inspirarse en referentes auténticamente positivos, cuya historia demuestre que no todo es malo, que no todo es un abismo.

Ese mundo existe, está ahí afuera, pero no será público ni parte de la conciencia colectiva mientras seamos incapaces de salir de la trampa.