Lo que el fútbol me enseñó

A mis 42 años, el fútbol me enseñó que el trabajo honesto siempre trae sus frutos, aunque en el camino debamos enfrentar las más duras tormentas
Como jugador, tuve el privilegio de estar en las juveniles del Deportivo Quito al lado de jugadores que con el tiempo dejaron un legado: Edison Méndez, Sandro Borja, Raúl Guerrón, entre otros. Era 1995 y las juveniles no se parecían en nada a lo que son hoy. En esos días, la mayoría de mis compañeros desayunaba un plato de fideos y con suerte se tomaban un caldo antes de acostarse. Yo jugaba porque me gustaba. Ellos jugaban porque de eso dependía su futuro y el de su familia. A mis quince años, el fútbol me mostró la realidad profunda del Ecuador, a través de mis compañeros de equipo.
Como hincha, tuve el privilegio de viajar a Río de Janeiro acompañando a LDU, en 2008. Llegábamos con una ventaja de dos goles y la ilusión de llevarnos un título que hasta hoy, ningún otro equipo ecuatoriano ha alcanzado. Afuera del estadio, los hinchas de Fluminense nos hicieron una señal muy clara: mira ecuatoriano, este es el Maracaná, esta es la catedral del fútbol mundial, tu ventaja no sirve, de acá no sales vivo. La historia la conocemos todos. A mis 28 años, el fútbol me enseñó que aunque las cumbres luzcan inalcanzables y lejanas, no existen imposibles.
Como ecuatoriano, me alejé de la selección en la época de Luis Chiriboga y la institucionalización de la corrupción en el fútbol. Asimismo, me ilusioné con el actual proyecto donde dirigencia, cuerpo técnico y una camada de jugadores jóvenes que se han formado sin complejos, nos han llevado nuevamente al Mundial.
Hubo una época en que más allá de los resultados, pensé que las mafias se habían tomado irremediablemente la selección, uno de los símbolos más poderosos que tenemos como país, y sentí una desazón profunda. Hoy me ilusiono porque he visto un proceso transparente, meticuloso, profesional, que nos ha llevado nuevamente a la élite del fútbol mundial.