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La geografía que no merecemos

Avatar del Carlos Andrés Vera

Mientras tomo su mano, me deslumbro con sus expresiones de asombro y felicidad mientras por dentro sufro..

Serán casi 40 años desde aquella vez que escuché las historias de mi padre sobre Atacames. Hablaba de un pueblito pequeño a finales de los 60, una playa llena de palmeras donde acampó y un ambiente de paz que hoy existe solo en las novelas de Esteban Michelena.

A los 5 años tuve mi encuentro personal con esa clase de pueblitos bendecidos por la mística del mar: la primera vez que fui a Canoa aquello no era más que una larga hilera de botes de pesca mirando al horizonte, un peñón donde las olas reventaban con bravura y poquísima gente. Un paraíso. La última vez que estuve ahí la dinámica fue parlantes en la playa, basura y aglomeración. Ya no deseo volver.

Muy cerca de Manta, entre San Mateo y Santa Marianita, existía un pequeño santuario para quienes amamos la pesca en orilla: una playita rocosa llamada La Tiñosa. Hace apenas dos años La Tiñosa era muy poco visitada. Brisa, rocas, olas, fauna marina y ese sonido que a veces llamamos silencio, era la sinfonía que interpretaba el mar cuando llevé a mis hijos por primera vez a encontrarse con su misterio. Hoy La Tiñosa es un mierdero. Autos invaden la playa. La gente lleva carpas gigantes y arman comedores que son amenizados por camionetas con parlantes que ocupan medio balde y compiten por quién pone más duro su reguetón. ¿Cómo puedo enseñarles a mis hijos a amar y cuidar un lugar así?

Hoy me preocupa el destino de San Lorenzo, a criterio de este servidor, la playa-pueblo más hermosa que aún sobrevive en Manabí. Sus peñones y rocas cercanos a la orilla evocan la agreste geografía de Río de Janeiro. El mirador del faro es excepcional. Arena blanca. Tortugas anidando. Turismo -por ahora- respetuoso y ordenado. Es tal vez la bravura de esas playas y sus peligrosas corrientes lo que mantiene a la gran masa alejada de este pequeño paraíso. Es allá a donde por estos días llevo a mis hijos. El menor tiene cinco años. Mientras tomo su mano, me deslumbro con sus expresiones de asombro y felicidad mientras por dentro sufro por esta maravillosa geografía que no merecemos.