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Una marea por Villavicencio

Avatar del Carlos Andrés Vera

Desde nuestro lugar y en honor a quien fue un valiente, debemos convertirnos en marea de rebeldía, amor y conciencia para tener un mejor país mañana.

Qué difícil es hallar claridad. Escribo pocas horas después del vil asesinato a Fernando Villavicencio. Hay temas que se tratarán en espacios mucho más amplios del que permite esta columna, desde lo negligente de la seguridad policial (al punto de la sospecha), hasta los responsables intelectuales, el abismo al que las mafias intentan arrastrarnos y las estructuras de corrupción a las que Fernando enfrentó. Hoy que la desesperanza acecha, quisiera referirme a su legado.

Compartimos con Fernando la filmación de un documental. Fue un proceso de años que empezó con él en la clandestinidad, cuando la obsesión de Correa por verlo en una celda implicó el acoso de la Senain a su familia. Recreamos su viaje a Sarayacu junto a su entrañable amigo, Carlos Figueroa, y pude tener una noción de lo que fue para él vivir a la fuga, con el Ejército buscándolo como si fuera un criminal, lejos de su familia y en condiciones -sobre todo emocionalmente- capaces de quebrar a cualquiera. Hablamos entonces del miedo, de la muerte, de hasta dónde está uno dispuesto a llegar con tal de sostener sus principios.

Fernando no era un temerario, pero sí un valiente. Hay gente así, que siente miedo, pero no se deja dominar por él. Tenía él un fuego interior que se rebelaba ante quien pretendía someterlo a la inmovilidad y al silencio. He pensado mucho en eso al ver tantas personas tirar la toalla. La verdad es que si Fernando nunca bajó la cabeza, el mejor homenaje que se le puede hacer es imitar su ejemplo.

Y no me refiero a ser un mártir sino a conservar esa luz interna que solo nos puede dar la esperanza. No podemos renunciar al país en el que vimos la luz, nacieron nuestros hijos, crecimos y soñamos. Las balas a Villavicencio fueron disparos a su valentía y a través de ellas, un intento por apagar nuestra luz, nuestro propósito. No debemos permitirlo. Hacerlo es perder una batalla que nos condena irremediablemente.

Desde nuestro lugar y en honor a quien fue un valiente, debemos convertirnos en marea de rebeldía, amor y conciencia para tener un mejor país mañana.