Carlos Emilio Larreátegui: Universidad bajo ataque

Y una sociedad que permite el silenciamiento de sus universidades, tarde o temprano, pierde su libertad
La semana pasada el gobierno de Donald Trump canceló $1.200 millones en subvenciones a universidades. Las subvenciones estatales representan hasta un 50 % del presupuesto en algunas universidades estadounidenses y proveen el financiamiento que ha permitido a Estados Unidos ser el país más innovador del mundo. Esta es una arremetida sin precedentes contra el sistema universitario de ese país.
Y es que las universidades estadounidenses no tienen parangón en el mundo. A pesar de que Estados Unidos alberga solo al 5 % de la población mundial, sus universidades ocupan consistentemente las primeras posiciones en los rankings de prestigio y han producido el 57 % de los premios Nobel en las ciencias. Además, la supremacía de las universidades estadounidenses ha sido una fuente inagotable de influencia para ese país. Este golpe podría marcar un antes y un después, especialmente en un contexto donde países como China compiten cada vez más agresivamente en este campo.
Este es un fenómeno que conocemos bien en nuestra región. Los autoritarismos entienden que la educación superior, por su propia naturaleza, es un espacio de disenso que debe ser sofocado. El tristemente célebre Socialismo del Siglo XXI siguió la misma estrategia durante su paso por Latinoamérica. Con regulaciones asfixiantes, persecución y vejaciones públicas amedrentaron a las universidades. Hoy en día, Nicaragua, Venezuela y Cuba sufren todavía este cáncer, impuesto desde el Estado, que estrangula la libre expresión y destruye el espíritu de diálogo propio de las universidades
Los autoritarismos de izquierda y derecha comparten mucho más de lo que parece. Su odio a la disidencia los hace iguales, aunque entre ellos se repudien, y su afán de poder puede más que cualquier convicción ideológica.
Las universidades son centros de libre pensamiento que permiten el avance de las sociedades, aunque, a menudo, incomoden al gobierno de turno. Cuando el Estado ataca la educación, lo que busca es someterla, no mejorarla. Y una sociedad que permite el silenciamiento de sus universidades, tarde o temprano, pierde su libertad.