Carlos Alfonso Martínez | Inseguridad desenfrenada
Es nuestro deber, como ciudadanos conscientes, exigir a las autoridades que actúen con mano dura...
En la última semana he tenido conocimiento de dos perturbadores casos en los que personas han sido brutalmente sometidas a ataques con escopolamina. El primero involucró a un abogado de renombre, quien fue emboscado a la hora del almuerzo en una concurrida cafetería del centro de Guayaquil. El segundo caso, no menos alarmante, afectó a un joven el pasado fin de semana en una popular discoteca de Samborondón. Estos actos de barbarie están sembrando un clima de terror e incertidumbre en nuestra sociedad y deben encender las alarmas de todos los ciudadanos, independientemente de nuestra edad o estatus social.
La escalada de inseguridad que vivimos es intolerable y el camino que estamos siguiendo nos dirige a un abismo de caos y violencia. Es vergonzoso que nuestro país se encuentre en los ‘rankings’ internacionales como uno de los más peligrosos del mundo, ocupando el infame undécimo lugar. Este título es una mancha que nos deshonra y que está ahuyentando al turismo, una de nuestras principales fuentes de empleo e ingresos.
También hace poco me enteré del caso de un pequeño agricultor que fue extorsionado con $ 3.000. Para pagar la ‘vacuna’ se vio obligado a malvender sus tierras y animales, quedando en la más absoluta miseria.
Este es el Ecuador desgarrador en el que estamos condenados a vivir si no se toman medidas drásticas y urgentes. Necesitamos restablecer la seguridad para poder avanzar y evitar que el país sucumba al descontrol y la desesperanza. Por ello es nuestro deber, como ciudadanos conscientes, exigir a las autoridades que actúen con mano dura y sin descanso para erradicar la violencia y las extorsiones. Sin una intervención decidida será imposible que nuestro país salga de la crisis socioeconómica en la que estamos atrapados. Miremos ejemplos como El Salvador o Nueva York, donde la implementación de políticas de tolerancia cero ha sido clave para revertir la criminalidad. Ambos casos demuestran que solo con un compromiso inquebrantable y una labor incansable se pueden enfrentar y resolver los problemas de seguridad.
Es imperativo que el Gobierno dedique la mayor parte de su tiempo y recursos a este objetivo primordial. Ante la falta de garantías de la integridad de la sociedad, cualquier otro problema se vuelve insignificante.