Carlos Martínez: El enigma de los 90 días
De hecho, en otros sistemas laborales, un año de prueba es la norma
Recientemente tuve el placer de participar en una conversación de lo más ilustrativa con una empresaria del sector de la restauración acerca del enigmático periodo de prueba de tres meses que la ley, con singular generosidad, concede al empleador. Dichos “90 días de prueba” -que, en términos reales, se reducen a 60 días efectivos debido a las disposiciones de descanso- pretenden permitir que el empleador descubra la verdadera naturaleza del trabajador. Apenas dos meses en los que, se supone, debemos confiar en que el empleado revelará fielmente sus competencias y su ética laboral.
La empresaria, pragmática en su visión, cuestionaba si en tan breve lapso realmente es posible conocer al trabajador, y planteaba una inquietud razonable: ¿no será este un periodo en el que el empleado podría simplemente mostrar una fachada favorable, para luego, ya asegurada su posición, relajar su desempeño? Una inquietud tan práctica como interesante. Así que surge la pregunta: ¿por qué no considerar un periodo de prueba de 365 días, brindando un plazo más holgado para esta evaluación?
De hecho, en otros sistemas laborales un año de prueba es la norma, permitiendo al empleador observar con mayor profundidad las capacidades y el compromiso del trabajador. En contraste, en nuestro contexto parece que se ha optado por una práctica curiosa: primero, un contrato civil; luego, después de tres meses, un contrato laboral; y finalmente, si no quedan resquicios de duda, una vinculación definitiva tras seis meses. Hecha la ley, hecha la estrategia para sortearla.
Ahora bien, en un país que aspira a promover el empleo, y aún más, el empleo formal, podría pensarse que las normativas ofrecerían condiciones más flexibles y favorables para la contratación.
Entretanto, las empresas de mayor envergadura han tomado nota de una realidad más pragmática: reducir costos es un imperativo, y así, eligen externalizar cada vez más trabajos hacia países como India o Venezuela. Naturalmente, la competitividad internacional es la brújula, ¿no es cierto? Y por si esto no fuera ya un desafío, la inteligencia artificial también se abre paso, y con ella el panorama empresarial cambia rápidamente.