César Febres-Cordero: Los 4 de Guayaquil y la Tragedia de 2024
No, presidente, no queremos cuatro héroes en los altares cívicos que usted se pueda inventar
Cuando empezaba el 2024, después de los atentados del 9 de enero, todo el Ecuador clamaba por acciones contundentes para restablecer el orden. Entre la euforia por la declaración de la “guerra interna” y el deseo de venganza ante el cúmulo creciente de infamias que veníamos sufriendo a manos del crimen organizado, mucha gente empezó a compartir y celebrar videos que se filtraban de los primeros despliegues de las Fuerzas Armadas en el interior del país. Abusos de todo tipo, incluso actos de tortura, carnes lijadas, cuerpos maniatados y pechos oprimidos al ritmo de ‘Rulay’, fueron compartidos con júbilo por una población que creía que por fin se hacía justicia y que ya no estaba en la indefensión.
Nadie tenía cómo saber quiénes eran los que aparecían en esos videos. Solo veíamos uniformes por un lado, impartiendo un castigo arbitrario, y torsos tatuados y desnudos, siendo sometidos, en el otro. Ahí no había ley, sino la macabra simulación de la justicia. Los símbolos de la autoridad estatal brutalizando a ciudadanos. No podemos descartar que las personas violentadas hayan sido miembros de bandas delictivas, asesinos y criminales de la peor calaña, pero, si lo hubieran sido, ¿acaso eso habría justificado lo que se les hizo? No. La fuerza impartida desde el Estado solo es legítima cuando se da dentro del marco de una legislación mínimamente justa y convenida en democracia. Hay quienes ven ese apego a la ley como debilidad o buenismo, pero es realmente lo único que distingue al uso legítimo de la fuerza de la violencia criminal. Eso, y no los uniformes ni los rangos ni la indignación popular.
A lo largo de este año sangriento hemos acostumbrado a la fuerza pública a usar métodos incorrectos en escenarios de seguridad para los que no están enteramente preparados, y hemos permitido que el Gobierno se sienta tan confiado como para callar por dos semanas ante la desaparición de cuatro menores de edad en manos de militares, para luego decir sin miedo cualquier cosa sobre el caso. No, presidente, no queremos cuatro héroes en los altares cívicos que usted se pueda inventar, queremos cuatro niños sanos y salvos en sus casas.