César Febres-Cordero Loyola | Esos asambleístas y sus leyes
Debemos aceptar que nuestro deber es ocuparnos de observar el complejo trabajo legislativo
Estos días, la Asamblea Nacional está tramitando un proyecto de reformas a la LOFL. No faltarán quienes digan, como hicieron con la LOA, que la Asamblea pierde el tiempo en banalidades mientras los cuerpos aparecen amontonados debajo de los puentes. Esa gente es la misma que piensa que el parlamento pasa dedicado a aprobar leyes en favor de los criminales. La verdad, no importa qué diga la norma o qué haga el Poder Legislativo, seguirán pensando igual.
Una y otra vez se han aprobado reformas al COIP endureciendo las penas y limitando los beneficios accesibles a los reos, y nada ha mejorado. Pero esa gente sigue pidiendo lo mismo, y los políticos los complacen. Esos políticos que son hombres frágiles, notoriamente avergonzados de sus canas, que nunca han disparado un arma ni han pasado un día presos, que viven tratando de igualar a sus mentores fingiendo contundencia con sus palabras trilladas. Pero nada cambia.
Si le preguntamos a los proponentes de la mano dura qué aspecto de la ley debe ser cambiado o qué artículo específico de la Constitución de Montecristi es el causante de tanta violencia, su respuesta suele ser una mención del garantismo, mientras gesticulan en el aire o, para mayor efecto, golpean la mesa. A veces hablan del Monstruo de Frankenstein de los padres constituyentes, el CPCCS, pero cuando se les cuestiona sobre quién se haría cargo de sus funciones, terminan acorralados. No saben a quién darle más poder, al Ejecutivo en un país hiperpresidencialista o a la Asamblea que odian.
Si dejamos que la Asamblea opere como ellos quieren, solo tratando sobre la seguridad una y otra vez, pronto descubrirán que no hay tanto que cambiar en materia de seguridad. No deberíamos esperar que con eso corrijan su postura. Solo pasarán a una más radical: eliminar al Legislativo o dejarlo con doce miembros. A esas alturas daría igual que se sigan llamando demócratas o que todos se unan a las cabezas resplandecientes que sueñan con la dictadura.
Debemos aceptar que nuestro deber es ocuparnos de observar el complejo trabajo legislativo, con sus ridiculices y nimiedades, y luchar hasta obligar a las bancadas a representar a sus votantes.