César Febres-Cordero: En defensa de la futura Constitución
Esa que no ha nacido aún y que sin embargo ya la podemos ver morir
Que es una camisa de fuerza para los presidentes y a su vez la base del hiperpresidencialismo. Que es un mamotreto garantista y también un instrumento de represión. Que es una quimera medio acostista y medio correísta, producto tanto de los alucinantes debates del pleno constituyente como de los sueños de los asesores del gobierno de ese entonces. Eso y más se ha dicho de la Constitución del 2008, y algo de verdad hay en varias de esas acusaciones.
Todavía no cumple 17 años en vigencia. Si fuera una persona, no podría beber ni ser candidata, pero es huérfana desde hace rato. Al menos huérfana por el lado correísta de la familia, y casi todo el resto de la clase política la mira con igual desprecio. La han querido cambiar, referéndum por referéndum, todos los gobiernos que se han instalado en Carondelet desde su expedición: Correa en 2011, Moreno en 2018, Lasso en 2023 y Noboa el año pasado (y este también, con dos reformas en trámite). De las enmiendas, ni hablar. Ahora, a las puertas de unas elecciones, muchos candidatos, incluido el presidente, ofrecen reemplazarla enteramente por medio de una asamblea (y por ahí se habla de un comité, como en la dictadura).
Pero lo más grave no es que queramos cambiar y cambiar nuestra vigésima carta fundamental. Tomando en cuenta todo, bueno fuera que los ataques a la Constitución no pasaran de descargas conceptuales y reformas que, al fin y al cabo, están contempladas dentro de su mismo texto. De hecho, es parte del espíritu de Montecristi (toda ley tiene su espíritu, al menos en un sentido político), que promueve la democracia directa.
Lo grave es que la Constitución pueda ser violada con impunidad e interpretada hasta quitarle todo sentido, y que encima haya ciudadanos que lo celebren o simplemente lo ignoren. Porque la Constitución de Montecristi no es la primera que sufre de maltrato. Y no será la última, por mejor que sea la siguiente, si no entendemos que la ley debe ir por encima de cualquier coyuntura o interés particular.
Cada herida a la Constitución de hoy debilita también a la de mañana, esa con la que sueña medio país. Esa que no ha nacido aún y que sin embargo ya la podemos ver morir.