César Febres-Cordero: La democracia en la región
En Venezuela encontramos un ejemplo de la primacía de la política doméstica sobre los valores democráticos
Latinoamérica fue una de las protagonistas de lo que Huntington llamó la “tercera oleada de la democratización”, cuando las dictaduras militares dieron paso a democracias que en su mayoría se mantienen vigentes, aunque no siempre sanas, como la inestabilidad en Perú y los coqueteos de Bolsonaro con el golpismo nos han dejado ver. Más allá de esos episodios de mala tos, hay auténticas recaídas que nos advierten sobre la precariedad de nuestras democracias.
El Salvador, que hace poco más de una década era para Mainwaring y Pérez-Liñán un ejemplo de “democracia perdurable”, ahora vive en un permanente estado de excepción y la anulación de la separación de poderes bajo el liderazgo casi mesiánico de Nayib Bukele. Venezuela, que por esas mismas épocas parecía existir en la penumbra del autoritarismo competitivo, se fue deslizando hacia la oscuridad absoluta de la dictadura. A pesar de que Bukele no parece codiciar más que el estatus de celebridad fuera de sus fronteras, y aun cuando Venezuela yace empobrecida e incapaz de exportar su revolución, estos tumores de autoritarismo representan un peligro.
Cuando el crimen organizado excede los límites de lo que los gobiernos democráticos pueden controlar, como en nuestro caso, los pueblos empiezan a reclamar la importación de modelos como el de Bukele. Incluso en estados sólidos, como Chile, vemos que los intentos de reforma se paralizan y la derecha nostálgica se fortalece con el repunte del crimen.
En Venezuela encontramos un ejemplo de la primacía de la política doméstica sobre los valores democráticos. Bastó que la guerra en Ucrania dispare los precios del combustible y que los republicanos empiecen un nuevo berrinche sobre la migración para que Washington acelere un acuerdo para levantar sus sanciones a Venezuela. Tanto les importa salvar ese acuerdo que le han dado dos meses de plazo a un gobierno que no da señales de retroceder.
Acá en Carondelet, desesperados por la lentitud del proyecto de las megacárceles, se enredan a la hora de explicar si reconocemos o no a Maduro, porque quieren expulsar a los presos venezolanos para ayer.
No es tiempo como para que los demócratas bajemos la guardia.