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César Febres-Cordero: Las fuertes (no) declaraciones del presidente

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No hay espacio aquí para comentar todo el artículo, pero no podemos dejar pasar las reacciones del Gobierno

Este lunes el país pudo constatar que no había perdido su capacidad de asombro. La crónica publicada en el New Yorker de la pluma del afamado Jon Lee Anderson, puso en evidencia a presidente y gobierno de forma inédita.

La atención de la prensa se ha centrado en los comentarios del presidente sobre sus colegas. Llamó a Petro un ‘snob’, de Milei dijo que no había logrado nada y a Bukele lo señaló por corrupto. Tan grave como el hecho de que a Noboa no le haya importado hablar así frente a un periodista es que no haya tenido presente la importancia de Colombia, proveedor de energía con quien compartimos nuestra frontera más caliente; ni la de Argentina, que se ha vuelto escondite de choneros. No, para Noboa una pregunta sobre otro líder no es más que una oportunidad de minimizarlo. Solo hizo una excepción para Lula, lo que ha sorprendido a más de uno. Bueno fuera que el presidente imitase en algo a su homólogo brasileño, quien ha sido un mejor armador de coaliciones.

Haríamos mal en quedarnos solo en eso. Anderson nos mostró de cerca un retrato de Noboa que refuerza nuestros peores temores. Un presidente que siquiera contempla una cárcel antártica y que repite, como si no hubiera sido debatido en la última elección, la risible posibilidad de mandar a nuestros jueces a las embajadas, no es un presidente con un plan. Un presidente que de forma indiscreta comenta frente a un periodista sus contactos con servicios de inteligencia extranjeros y los nexos entre los oficiales militares de su entorno y el narcotráfico, no es un presidente consciente de la gravedad de los asuntos de gobierno ni de la seriedad de la infiltración del crimen organizado en el Estado.

No hay espacio aquí para comentar todo el artículo, pero no podemos dejar pasar las reacciones del Gobierno. Desde las vocerías oficiales han dicho que Noboa declaró algo, pero que no fueron declaraciones, sino comentarios en una conversación coloquial. Peor aún, se han atrevido a decir que Anderson y el New Yorker han querido hacerle daño al Gobierno y separar a todos los líderes de la región que no son de extrema izquierda. Están a poco de sugerir que los contrató un cartel.