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César Febres-Cordero | Sobre la importancia de los debates

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Estos ejercicios deben ser defendidos por el rol que pueden y deben jugar en nuestra democracia

Que poco importan los debates, dicen todavía bastantes expertos y consultores, y así repetía casi al unísono el comentariado ecuatoriano hasta hace muy poco.

Es cierto que varios estudios sugieren que los debates no suelen mover las preferencias electorales de quienes los sintonizan, pero si revisamos casos puntuales es difícil negar que hay debates que han cambiado el curso de elecciones.

Fue un debate reciente en Estados Unidos el que aceleró la renuncia de Joe Biden a su candidatura y, sin negar que corremos el riesgo de simplificar demasiado la historia, también podemos decir que fue un debate el año pasado el que catalizó el ascenso de Daniel Noboa.

A veces el efecto más poderoso de un debate es el mito que se genera alrededor de él en vez de su impacto inmediato en una elección, y eso lo podemos notar, nuevamente, tanto en la política estadounidense como en la nuestra.

No existe evidencia determinante que establezca si la victoria de Kennedy sobre Nixon en el primer debate de 1960 o la de Febres-Cordero sobre Borja en el encuentro de segunda vuelta de 1984 resultaron en cambios relevantes en las opiniones de los votantes, pero tampoco hay duda de que el primer caso sí transformó la relación entre los medios masivos y la política electoral, mientras que el segundo asustó tanto a los políticos ecuatorianos que los debates prácticamente desaparecieron en nuestro país por dos décadas (y aún hay quienes les tienen miedo).

Dejando a un lado si los debates son útiles o no para los candidatos, estos ejercicios deben ser defendidos por el rol que pueden y deben jugar en nuestra democracia como instrumentos de información, sobre todo en tiempos en los que la gente está cada vez menos interesada en lo político y, si se interesa, probablemente tiene su sistema saturado de píldoras tóxicas de desinformación y entretenimiento basura.

Quizás podríamos decir que son la receta que manda el doctor para nuestra generación adicta a la dopamina.