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César Febres-Cordero: Una solución para Guayaquil

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¿Qué ritos debemos celebrar para aplacar la ira de esa deidad vengativa?

Colectivos parados y un árbol caído por una noche, y una mañana nos recuerdan que en Guayaquil podemos llamarnos metropolitanos y cosmopolitas todo lo que queramos, pero todavía somos una vil urbe subdesarrollada, no muy distinta del resto de las ciudades del país. Más aun, para ser “el último puerto del Caribe”, cálido y tropical, esta es una ciudad bastante trágica. A veces parecemos más una Tebas de las Siete Puertas o alguna polis griega asolada por bárbaros, incendios, plagas, tiranos y tiranuelos, víctimas de la furia de alguna deidad ofendida o el experimento febril de algún filósofo peri-patético.

¿Qué ritos debemos celebrar para aplacar la ira de esa deidad vengativa? ¿O qué lección debemos aprender para calmar la imaginación de aquel sabio creativo? Si es un dios al que hay que saciar, de todas formas estamos perdidos: no hay dónde encontrar un ser casto que pueda consagrarse, y nuestros alimentos son todos impuros, cargados de plomo y arsénico, impropios para una ofrenda. Si nuestro opresor es el genio de un pensador, peor, pues no quedan revoluciones con las que probar a ver si arreglamos nuestro sistema. Sugiero, entonces, que busquemos una solución griega para nuestro griego predicamento: busquémonos unas islas o costas donde empezar de nuevo, y cambiemos el ímpetu constructor de torres y ciudadelas por uno colonizador de nuevos solares, lejos del misterioso poder que hoy nos tiene en cautiverio.

Eso sí, preocupémonos de dejar atrás lo más viejo y pesado de nuestro pasado, no vaya a ser que ni bien desembarquemos nos encontramos con los pilotes de un teleférico sobre el río y sarmientos regados por los campos; o peor, despertándonos al siguiente día, veamos las velas de nuestros barcos ya tomadas por publicidad irregular y las paredes de las primeras casas pintarrajeadas con un nombre infame. Procuremos dejar atrás también a todas las mafias, cuidándonos primero de las más elegantes, y cuando establezcamos una nueva ciudad con sus nuevas ordenanzas, velemos por que no las redacten los reyes de la basura, los ferreteros de la vivienda o los césares de los caminos.