César Febres-Cordero Loyola | Francisco: crisis y legado

Y él, casi solo entre los líderes del mundo, llamó por su nombre a las atrocidades que sufre el pueblo gazatí
Antes de Francisco, el papa del fin del mundo, Juan Pablo II fue el papa llamado desde “un país lejano”, el primero que venía de fuera de Italia en más de 400 años. Muchos lo recuerdan con nostalgia. Bajo él, la Iglesia pretendía encajar en las dicotomías de la Guerra Fría, y el mensaje del catolicismo poseía una rígida claridad en la mente de bastantes creyentes y no creyentes. Sin embargo, sus tiempos no fueron ajenos a la discordia ni la crisis moral. Con él la rebelión tradicionalista tomó fuerza, mientras que la Teología de la Liberación abría otra grieta considerable; fue durante su cruzada anticomunista que ‘Oscar Romero fue martirizado por los sicarios de un régimen anticomunista; y, en cuanto a las controversias doctrinales en torno a la procreación y el rol de la mujer, muchos fieles decidieron ignorarlo. Pero, de largo, la tragedia más grande de su papado fue su incapacidad de enfrentar la realidad de los abusos sexuales cometidos de forma sistemática dentro de la Iglesia.
Después vino Benedicto XVI, el intelectual parco e incomprendido. Su intento de replantear el mensaje de la fe a un mundo desencantado, y su esfuerzo por reformar institucionalmente a una Iglesia consumida por la corrupción resultaron insuficientes. Él lo reconoció y, dejando al mundo atónito, abdicó.
Esa fue la carga de Francisco. No es temprano para decir que también fracasó y, más aún, debemos admitir que fue inconsistente en sus esfuerzos, modificando el derecho canónico para proteger a las víctimas del abuso, pero actuando con timidez en procesos como el de Marko Rupnik o negándose a castigar a los protectores de Theodor McCarrick.
No obstante, sería una injusticia no reconocer su testimonio, el cual va más allá de las frasecillas descontextualizadas que ahora recirculan. Él, en vez de dictaminar desde Roma, convocó a la Iglesia a poner sobre la mesa sus diferencias en el camino de la sinodalidad. Él, prefiriendo no apegarse a los líderes políticos que tratan de pintarse como campeones de la cristiandad, los recriminó por su crueldad. Y él, casi solo entre los líderes del mundo, llamó por su nombre a las atrocidades que sufre el pueblo gazatí.