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César Febres Cordero Loyola | Un país acobardado

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Ya basta de tanto miedo. Dejemos que la gente pasee sus borregos y cuelgue sus cartones

En el Ecuador, la libre expresión es demasiado costosa. Los medios honestos tienen que pelear todos los días por su supervivencia, ya que los consumidores pierden la fe en la instituciones periodísticas y el interés por los productos que no vienen como píldoras en presentaciones pequeñas y rápidamente digeribles, dejando a la prensa casi que a la merced de empresarios que no pueden imaginarse su compromiso social fuera de la filantropía barata y de gobiernos transaccionales que usan a la pauta como una herramienta de coerción, la cual es más efectiva en la medida que se hacen más ausentes los ciudadanos y el empresariado.

Pero más allá y antes que la plata, hay una mordaza aun mayor en el apocamiento tan propio de nuestro carácter. Somos desde hace rato, si no desde siempre, un país sin una crítica auténtica en el arte y la gastronomía. Y esto es porque el crítico es visto siempre como un actor malicioso que desea la ruina de a quien critica, en vez de como un amigo que desea motivar la mejoría en el medio. Nuestra respuesta al crítico suele ser el reclutamiento de perros de combate y aduladores en el foro para responderle, y la amenaza y el ostracismo para castigarle. Lo que es hasta chistoso, cuando un humilde espectador o cliente insatisfecho eleva una queja en alguna red social, es acusado de antipatriota y de ser uno de los causantes de los males de este país. “Por eso no progresamos”.

En la política incluso vemos a quienes patéticamente excusan todos sus fracasos detrás del odio de quienes no comulgan con sus ideas. La gente sufre y se lo merece por votar mal. Tal vez sea cierto eso, pero es propio solo de una soberbia inconmensurable el decir que la única forma de votar bien (no la mejor, la única) es por un solo partido. Todo lo demás es equivalente a ser cómplice con los narcos y los ladrones de la peor calaña.

Ya basta de tanto miedo. Dejemos que la gente pasee sus borregos y cuelgue sus cartones. Pero eso sí, que no se pongan a llorar patéticamente esos rebeldes del arte y guerrilleros de la vanguardia cultural si el público decide ser igual de brusco con ellos. Claro, todo sin perder la paz. La que medio nos queda.