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No aclares, que oscureces

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

El país no necesita más incertidumbre o miedo.

Andrés Arauz nunca ofreció reunirse con los diez más buscados. Andrés Arauz jamás ha prometido de manera explícita cambiar nuestra moneda oficial. Pero Andrés Arauz no encuentra la manera decirnos convincentemente lo contrario.

Años de publicaciones en su blog y de giras internacionales para conceder entrevistas y dar charlas han satisfecho el ego del exministro coordinador y doctorado en economía, que dice que se ha sacrificado por su país desechando una lucrativa carrera en Wall Street. Sin embargo, sus aspiraciones electorales parecen verse afectadas, dos veces ya, por la caída de los escombros de la inmensa pila de palabras que ha venido acumulando.

La “ecuadolarización”, lindo membrete, es lo de menos. Hay mucho con qué asustarse en el repertorio arauzino. Un ISD estratosférico y una “desdolarización buena” que en realidad no es lo que dice su nombre vienen a la memoria. Es que nadie entiende qué mismo nos promete el economista Arauz.

En el caso más reciente, se escuda con vanidoso desprecio por sus críticos en que la entrevista que lo metió en problemas fue muy técnica para que la entendamos, demasiado compleja y profunda. En realidad, la falta de detalle lo condena. Nos habla de convertibilidad, como la argentina sin ser igual, sin decir con qué tasa ni mucho más. Promete explotar el dólar para el comercio internacional y en el mismo espacio nos adelanta que vendrán grandes noticias sobre una nueva moneda regional -el sur- para el comercio entre nuestros países. Tal vez haya sido bueno para él que la entrevista haya resultado corta y sencilla, quién sabe qué más habría dicho si le daban más piola.

No debemos dejar sin más que la mentira corra campante, pero no hay cómo ayudar a quien se enreda entre sus propias palabras.

Sin faltar a nuestro deber de condenar la mentira y corregir los errores, tampoco podemos renunciar a nuestro derecho a discernir nuestro voto pensando en que un líder entre más aburrido, por claro y predecible, es mejor. El país no necesita más incertidumbre o miedo.