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César Febres-Cordero | El cuento de la unidad

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

La necesidad de un plan consensuado para la seguridad se hará más evidente a medida que nos acerquemos más a las próximas elecciones generales

Después dos años y medio de inercia, Daniel Noboa le ha devuelto vitalidad al Gobierno Nacional. Luego de casi medio periodo de guerra abierta entre la mayoría legislativa y el poder Ejecutivo, el joven presidente ha demostrado la capacidad de formar una coalición funcional junto a dos de sus rivales.

Esta forma de gobernar hace que la unidad bajo Noboa sea deseable. Ya no vivimos bajo un gobierno que exige silencio, acusando a la oposición y a la prensa de exagerar sobre la crisis de inseguridad en foros internacionales, ni tampoco aquiescencia ante todas sus decisiones.

Pero las promesas de unidad que hoy se hacen no dejan de ser palabras al viento. La unidad necesita menos lírica y más método para volverse un programa político de verdad, en ese tan mentado Plan País que ahora se ha vuelto una necesidad.

La ausencia de tal programa común, hace que el Gobierno presente una consulta para que luego sus aliados lo hagan quedar mal con una agenda legislativa que la vuelve parcialmente redundante. De nada nos sirve que se manden señales de paz y aguanten los golpes que se lanzan ocasionalmente si toda esa buena voluntad se agota en debates sobre cómo actuar y no en reformas concretas.

La necesidad de un plan consensuado para la seguridad se hará más evidente a medida que nos acerquemos más a las próximas elecciones generales. Sin un marco de referencia común, sin objetivos pactados contra los que medir al Gobierno, la pelea no tendrá límites y la crítica carecerá de dirección. Se lanzarán lodo hasta volver a atascarnos en el mismo sucio charco. Después vendrá otro gobierno, aunque sea este con otra forma, y regresaremos a la tregua inútil, repitiendo el ciclo hasta que algo se rompa de verdad en el sistema democrático.

Noboa no debe confiarse de la cordialidad momentánea de los otros políticos, que por naturaleza son oportunistas y cortoplacistas, más inclinados a repartir el pastel en la mesa de hoy que a hornear más pan para mañana. Por su propio bien y por el del país, tiene que comprometerlos públicamente a una unión duradera, no a pesar de sus diferencias, sino construida en torno a ellas.