César Febres-Cordero | ¿Quo vadis, Daniel?

Daniel Noboa tiene que entender que no solo se debe a un país al que habrá que rendirle cuentas por lo que haga y diga o por con quién ande
Todo es confuso y a la vez nada es extraño. Mientras el correísmo empieza a gotear por las filtraciones y las fisuras, la ex-Ruptura se rompe y volvemos a presenciar el mismo drama de deserciones y enredos al que llevamos acostumbrados desde hace años en la Asamblea. Como también es costumbre, un coro de voces interrumpe a momentos la reyerta y se levanta para alabar al presidente electo, pero nadie sabe si son expresiones de buenos modales o gritos de náufragos que piden ser recogidos, o más bien pescados, por el noboísmo.
Pudiendo ser el gran beneficiario de este caos, Daniel Noboa hace como que ni se inmuta y decide irse de viaje a Europa, como si estuviera por encima de esas peleas y no se dejara distraer por las necedades de los otros políticos. Sin embargo, el presidente electo no nos deja muchas certezas en comparación a los demás. Aunque dijo irse en nombre del Ecuador, ha tratado esto como un viaje privado.
Para empezar, no compartió su agenda ni la lista de los miembros de su comitiva. Estando allá, avisó de sus reuniones después de terminadas y por ahí hizo circular una carta del presidente de Francia. Eso sí, no ha perdido la oportunidad de adjudicarse victorias y hacer grandes promesas, comportándose tan solo en eso como un típico mandatario.
Cuesta entenderlo; viaja envuelto en un aura de secretismo, pero termina despertando esperanzas y causando revuelo con anuncios rimbombantes. Que ya vienen las visas, que ya llega la ayuda para combatir al narco.
Si Noboa quiere darle calma al país y aprovechar la buena voluntad que se le puede brindar a un gobierno corto en medio de la crisis, bien haría en ser más claro y cauteloso con sus promesas. Inventarse por accidente un relato del ‘efecto Noboa’ tan temprano, en lo económico, lo migratorio o la seguridad, solo lo llevará por el mismo camino que Guillermo Lasso.
En el futuro, es decir en un par de semanas, Daniel Noboa tiene que entender que no solo se debe a un país al que habrá que rendirle cuentas por lo que haga y diga o por con quién ande, sino que también se ha vuelto un esclavo de la opinión pública, que es maliciosa y perdona antes las carencias que las decepciones.