Febrero ya se perdió

Sin ninguna buena opción, la solución no puede estar en el voto que rayemos, por costumbre u obligación, sino en el orden político que podamos derrumbar, reimaginar y reconstruir
Como nunca los candidatos a prefectos se presentaron a debatir entre ellos y a competir por la atención de un público que según el CNE casi llegó a los 3 millones (quisiera ver sus matemáticas en detalle). Como siempre se dedicaron a vomitar demagogia poco convincente y a demostrar, casi que a sacar pecho, de su malicioso desprecio por la verdad. Porque aunque ninguno de ellos pueda ser calificado como un erudito o estadista (no quieren que ni políticos les digan), hemos de esperar que hayan leído media página de la Constitución y la ley, y algún resumen ejecutivo sobre los fondos que estarían a su disposición.
Sea o no eso cierto, terminaron por prometer de todo: soluciones a la inseguridad, desde las típicas camaritas hasta osadas innovaciones como nuevas fuerzas policiales; inmensos programas de fomento y desarrollo para irrigar con agua, fertilizantes y dólares los campos; y lo que tal vez consideran más generoso, su genio y experiencia contados como si fueran la reserva moral de la patria surgida desde el vientre de la mismísima historia para por fin venir a rescatarnos del abandono y de la corrupción.
Un escenario penoso, aunque nada sorprendente, que sin embargo nos dejó algo bueno, o al menos esa esperanza nos queda. Entre tantas mentiras y verdades a medias, que al fin y al cabo vienen a ser lo mismo, irónicamente la verdad salió relucir como pocas veces lo ha hecho. Nadie se salva y por ende ninguno de ellos nos podrá salvar. Nos dejaron claro, todos juntos, que o son muy tontos para reconocer las limitaciones que tienen o muy pillos para admitirlas.
Sin ninguna buena opción, la solución no puede estar en el voto que rayemos, por costumbre u obligación, sino en el orden político que podamos derrumbar, reimaginar y reconstruir. Cosa que solo lograremos a la fuerza, como a la fuerza se obligó a debatir a los candidatos, bajo la amenaza de una sanción que la ley dispone, pero que al final sus enemigos determinarán comprando a quien haya que comprar.
Febrero ya es otra batalla perdida para la república, pero en ella hay una oportunidad más (de cuántas no sabemos) para despertar a la letárgica y moribunda sociedad ecuatoriana.