Fútbol y patria

País que, inventado o no, se lo ama en el compatriota de la forma en que se ama a una selección: no por conocerlos, sino por compartir los mismos amores y perseguir la misma felicidad común.
Hace pocos días el mundo presenció las emocionantes y hasta cómicas escenas del retorno apoteósico de la Scaloneta a la Argentina. Los jugadores y su técnico fueron recibidos como un ejército triunfante regresando del frente de batalla. Las principales vías y plazas de Buenos Aires se pintaron de celeste y blanco y el sonido de las canciones vibró por el aire, con versos que evocaban no solo el sueño copero sino hasta el recuerdo de las Malvinas. Para esa gente volcada en las calles, ellos no eran como celebridades o dignatarios, queridos pero ajenos, sino la nación contenida en una veintena de muchachos que cubrieron de gloria a millones de argentinos que los recibieron no con simple curiosidad o admiración, sino con una inmensa gratitud.
Tal es el poder del deporte revestido de los símbolos de la identidad, un fenómeno que también genera rechazo. Hay quienes llaman a esto una distracción, algo patético en naciones desarrolladas pero imperdonable en países pobres o decadentes. Otros prefieren verlo como un desperdicio, un derroche obsceno de energía por gente que se obsesiona con saber cada dato y quiere estar presente en cada momento sin importar el sacrificio, para después mostrarse apática ante las tragedias sociales. En otros países como el Ecuador, pero no como la Argentina, dicen incluso que es un engaño, la única ocasión en que mostramos fervor patriótico por un país inventado en los proyectos románticos del siglo XIX.
Estas críticas pretenden ser la voz de la razón sobre las pasiones, pero no son más que la expresión de un impulso antisocial, el deseo de algunos de separarse de la masa y justificar su elitismo y paternalismo. Más allá de que los políticos puedan aprovechar momentos de euforia o entretenimiento, cualquier ser racional puede ocuparse de más de una cosa. Y son esos momentos de solidaridad, de encuentro, de toma de los espacios públicos, que nos recuerdan que podemos parar un país, sea por deporte o por política. País que, inventado o no, se lo ama en el compatriota de la forma en que se ama a una selección: no por conocerlos, sino por compartir los mismos amores y perseguir la misma felicidad común.