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La negación

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

Hacen juramentos solemnes, ejercen autoridad en nombre de millones, son colocados en tarimas y plataformas por encima de las masas

Negarlo todo, negarlo siempre, al menos hasta que los perseguidos estén a buen recaudo y las autoridades se aprendan bien sus líneas, esos son los principales mandamientos de los políticos ecuatorianos.

Tiene que haber algo de valentía en aquello, en mentir descaradamente y no esperar ni unas semanas para cambiar totalmente de opinión frente a millones, pisando la tierra donde están sepultados sus padres, regresando a casa a ver sus hijos, dando venias todos los días ante una bandera metida en una cajita de cristal. ¿Sentirán vergüenza? ¿Temerán el juicio de Dios o de la historia?

Todos los días, delincuentes de todo tipo hacen cosas peores que muchos políticos: adoran la muerte, vejan cadáveres y ponen armas en las manos de los niños. Pero hay algo extraordinario sobre la criminalidad de los políticos. Ellos no se mueven en el inframundo, no asaltan a la sociedad desde sus márgenes o recovecos, ellos están en el centro de la vida de la nación, constantemente siendo recordados de su rol por las cámaras y micrófonos de la prensa y por la pompa y majestad de las ceremonias.

Hacen juramentos solemnes, ejercen autoridad en nombre de millones, son colocados en tarimas y plataformas por encima de las masas. ¿No debería esto acongojarlos?

Claramente la respuesta a todo esto es no. Tal vez porque están convencidos de que en este mundo solo ganan los astutos y los fuertes, de que si ellos no roban o mienten, otros lo harán.

Pero esos cínicos de medio pelo que les mienten a los demás no son los que más me preocupan. Hay peores mentirosos, los que se mienten a sí mismos. Los que piensan que no han robado y si alguien robó junto a ellos fue porque los engañaron. O los que roban y dejan robar porque al menos ellos roban menos y son los únicos que pueden salvar al país. Hasta los exaltados por la parafernalia y dopados por la experiencia sublime del encuentro con las masas (pagadas o no), que no sienten que hacen el mal, sino que determinan ellos mismos lo bueno y lo malo. Esos mienten con el peor descaro, porque primero se negaron la verdad a ellos mismos.