Premium

Las trampas de la rabia

Avatar del César Febres-Cordero Loyola

La frustración popular se vuelve más peligrosa.

Años de un acelerado aumento de la violencia tienen al país entero en zozobra. Las masacres, ataques con bombas y el asesinato de funcionarios y agentes del Estado han consternado al país entero, que rápidamente ve cómo las tragedias mediáticas empiezan a asomarse en sus barrios y ve justificados sus miedos todos los días.

Esos sentimientos se suman a la frustración que nos genera la impunidad de los criminales, que salen ni bien van entrando a las cárceles, a veces ni llegan a ellas y si llegan, las dominan.

La ciudadanía ya no confía en la efectividad de la ley, que parece ser impotente ante al crimen. Se denuncia la corrupción, pero con reformas y depuraciones, pasando de mano en mano a través de los años, nada ha cambiado.

También se reconocen las amenazas que sufren los jueces y fiscales, aunque en el Gobierno prefieran ignorar su negligencia a la hora de protegerlos. Sin embargo, las críticas no alcanzan solo a funcionarios, sino que llegan a irse contra las leyes e incluso alcanzan a culpar a los derechos humanos como concepto.

Ahí es donde nuestra frustración popular se vuelve más peligrosa.

Hemos llegado al punto en que nuestra rabia nos hace celebrar hechos como los que se viralizaron hace pocos días en redes, azotamientos y peleas organizadas por militares para castigar por su propia mano a presuntos delincuentes. Sea la idea de que la mano dura meterá miedo a los criminales o simplemente el deseo de no sentirnos impotentes y poder desquitarnos haciendo sufrir al criminal como sufren las víctimas inocentes, esto no es más que una distracción, no solo injusta, sino fútil y peligrosa.

Esos a quienes castigan por fuera de la ley no son los cabecillas ni los sicarios. La manera en que los capturan no es parte de una operación que los desarticule ni cambia el hecho de que terminarán en manos de jueces y fiscales indefensos. Y si los políticos y oficiales ven que estos espectáculos nos complacen, simplemente nos darán más de esto, cargándose a ladrones de poca monta como a pobres transeúntes y ahí no habrá quién nos defienda del monstruo que nuestra rabia alimentó.