¿Por qué no se unen?

No hay estructuras con las que compensar a los perdedores de las primarias ni electorados que aten a los ganadores
Lo ven y no lo entienden. Ocho binomios en un momento en el cual necesitamos unidad. Dispersión dentro de las filas ‘democráticas’ y ‘populares’. Muy poca visión como para ver que tienen que unirse al candidato favorito (de su ‘timeline’ de Twitter). Así dicen algunos de entre tantos que se quejan por la papeleta inflada que nos tocará rayar.
No entienden que la unidad no se la construye exigiendo a las partes olvidar sus diferencias, sino encontrando un equilibrio entre diversos reclamos. No comprenden que no se puede cooperar cuando falta credibilidad, tampoco presentan un mecanismo viable que compense la unión y castigue la separación. No lo hicieron los unos cuando exigían que la izquierda se una en gran frente “progresista” ni los otros cuando reclamaban una gran unidad para sostener al gobierno saliente. No creo que lo hagan nunca. Si empiezan a entender, tienen mucho que cambiar.
Si, por ejemplo, quisiéramos unir a Yaku Pérez, uno de los candidatos con más opciones en este momento, con la izquierda correísta o con alguien del autodenominado centro, o él tendría que renunciar a su programa ambiental agresivo y a su sí duro por la consulta, o ellos tendrían que entregarle su plan de gobierno a Yasunidos y a los ‘hippies’ del neoconstitucionalismo andino. Más fácil sería ver a Rafael Vicente con la camiseta del Barcelona.
Yendo aún más allá, para lograr tener solo dos candidatos tendría que haber dos tendencias claramente delimitadas y que abarquen al electorado. Pero aquí no hay quien delimite a quienes dicen no saber ni de izquierda ni de derecha. Tocaría nomás separarlos entre correístas y anticorreístas, pero las diferencias entre los segundos son tan grandes que sus alianzas nunca han sobrevivido más de una elección y entre ellos mismos se han perseguido. Lo que es más, ambas categorías cada vez despiertan menos el interés de los votantes.
Finalmente, el reto más grande es institucional y social. No hay partidos que los guíen por un proceso de integración. No hay estructuras con las que compensar a los perdedores de las primarias ni electorados que aten a los ganadores. Por ahí va el asunto y no por el berrinche moralista.